¿Por qué Gondwana?
Desde la creación del mundo,
lo invisible de Dios,
su eterno poder y su divinidad,
se pueden descubrir a través
de las cosas creadas.
Romanos 1,20.
Simplemente porque Gondwana es el
nombre que se le dio al milenario bloque continental que formaba parte de la
porción meridional de Pangea cuando el mar de Tetis se extendió hacia el
oeste. Al fracturarse ese gran súper continente, surgieron América del
Sur, África, Australia, el Indostán, la isla de Madagascar y la Antártida. Se
cree que la separación de las colosales masas de tierra ocurrió durante el
Cretácico.
No obstante, esa no fue la incógnita que
nos llevó a realizar la Expedición Gondwana. De ninguna manera.
Fuimos para tratar de develar un misterio. En hallar respuestas a una
interrogante que hasta los momentos no ha sido dilucidada por nadie en el mundo
científico. La cuestión era simple y nos llevó a una pregunta obligada: ¿Por
qué si el Roraima y por ende la cadena de Tepuyes Orientales
encajaban a la perfección, como si tratasen de piezas de rompecabezas, en la
hoy ciudad africana de Duala, la mayor de Camerún, no quedaron vestigios de tepuyes iguales
también en el país africano?
Para que se tenga una idea más
clara, de forma coloquial aseveraré con un noventa por ciento de convicción,
aunque no de comprobación topográfica, que Santa Elena de Uairén, pequeña
ciudad situada en el municipio Gran Sabana del estado Bolívar (Venezuela, en la
frontera con Brasil), a unos sesenta kilómetros en línea recta camino al
Roraima, se une en "beso apasionado" con el territorio donde
está la Duala de hoy, en África. De no haberse separado los continentes, hoy
serían, seguramente, la misma ciudad. En Duala, pese a las condiciones
climatológicas disímiles a las del Roraima, todavía pueden conseguirse algunas
plantas e insectos que son especies endémicas del Roraima. O sea que
sólo existen en el llamado Tepuy Madre y
en ningún otro lugar del planeta y tampoco en otros tepuyes del estado
Bolívar. ¿Cómo es entonces posible que también las hay en Duala, a miles
de kilómetros de distancia y en el continente africano? Pero el
misterio se convierte en aún más grande al no quedar en Duala rastros de
la existencia de tepuyes, o sea esas enormes mesetas tubulares de
arenisca, cuarcita y granito.
La meta de la expedición
consistió, más que nada, en hallar y cotejar algunas especies tanto animales
(insectos) como plantas endémicas del Roraima con las que se encuentran en
Duala (Camerún) y sus cercanías. No buscábamos fósiles ya que la
vida marina, animal y humana apareció sobre el planeta miles de
años después que emergieron del mar hacia la tierra los tepuyes, aunque,
definitivamente, los hay, ¡y muchos!
Duala está situada a orillas del
golfo de Guinea, en el océano Atlántico, justo en la desembocadura del río Wuri
(o Wouri), río que bien podría ser la parte fracturada del río
Arabopó, el cual nace en la cima del Roraima y sus aguas alimentan los
afluentes de los ríos Orinoco, Amazonas y Esequibo.
Como se sabe, cosa que es
científicamente irrebatible, el océano Atlántico se formó gracias a la
fragmentación del súper continente Gondwana. Al dividirse Gondwana, de un lado,
el nuestro, quedó lo que hoy es Suramérica y, del otro, la actual África. En el
centro de ambos continentes se formó el Atlántico, como ya dijimos. Ocurrió
hace alrededor de 3.600 millones de años atrás y la pregunta obligada es: ¿De
qué magnitud fue la “explosión” al separarse tan inmensos bloques de tierra y
cuánto de ella quedó sumergida en el agua por milenios y cuánta, después de
millones de años, volvió a emerger de las fosas abisales del mar? ¿Estuvo el
Roraima, el Kukenán y los llamados Tepuyes Orientales y gran
parte de la Gran Sabana sumergida por miles de millones de años debajo del
océano? ¿Por cuánto tiempo? ¿Hay ocultos en las entrañas del Roraima fósiles de
vida marina milenaria o especies vegetales gigantescas aún desconocidos por el
hombre? Si la vida humana, tal como aseguran los estudiosos, se gestó en
África, ¿dónde quedó el germen de esa primera civilización terrestre? Son
interrogantes que en el concierto científico mundial aún no encuentran
respuestas. No nos toca a nosotros desentrañar esos misterios, pero
sí, con nuestra humilde investigación encender la chispa de una pequeña
luz en esa inmensa oscuridad histórica... Yo vi cosas que nadie ha visto. Cosas
de las que no me gustan hablar. No trato de espantar ni perturbar a nadie, pero
sea lo que sea que vi en el Roraima, no son dañinas ni peligrosas... Quizás más
bien protectoras y angelicales.
Crónica
Diego Fortunato
Fotos
Hernando
Ochoa
Luis Silva
Tony Rodríguez (con mi cámara).
Alexander García (con mi cámara).
Diego
Fortunato
MOTIVOS:
Psicológicos: Medir paciencia, comprensión,
tolerancia, armonía, madurez emocional, voluntad, coraje, ejercicio del perdón,
amor al prójimo y altruismo entre un grupo heterogéneo compuesto por ocho
personas de diferentes edades y sexo, principios éticos, sociales y religiosos,
culturas disimiles, misma raza (sólo existe una raza y es la
Raza Humana y todos descendemos del África Negra, seamos blancos,
amarillos, chinos, negros, morenos, de ojos aperlados o rasgados, azules o
pardos y demás etcéteras. Todos provenimos del mestizaje humano del principio
de los siglos).
Científicos: Además de los señalados arriba, soñar
con encontrar en la cima del Roraima o en la vía que conduce a ella nuevas
especies, sean animales, vegetales, insectívoras, bacterianas o de cualquier
otro tipo. (Quizás encontramos algunas. Estamos investigando, cotejando y
clasificando. De corroborarse lo publicaremos).
Físicos: En una escala de edades que fluctúan
entre los 21 a 70 años, estudiar y someter a análisis la energía, disposición,
arrojo, condiciones cardiovasculares, traumatológicas, musculares y
neurológicas de individuos de diferente complexión física, algunas con cierto
sobrepeso, y su adaptación a condiciones adversas de terreno, clima y
vegetación.
Religioso: Absorber en su inmensa plenitud y en el silencio de nuestros propios corazones la magnificencia y grandeza de Dios.
Aventura: Pasarla de las mil
maravilla en armonía y paz con la naturaleza.
INTEGRANTES (Por orden de edad):
Diego Fortunato (El más longevo o más usado,
como lo prefieran calificar, pero nunca viejo).
Hernando El Zorro Ochoa (52 años).
Tony Rodríguez (32). Guía pemón (taurepán)
de la Comunidad Indígena de Kumarakapay (Abogado y experto en turismo).
Luis Alberto Silva (28).
Anderson Eduardo Castro (27).
Yeraldynne Silva (26).
Yeraldynne Silva (26).
Arturo José Ochoa (22)
Alexander García (21). Porteador pemón (taurepán)
de la Comunidad Indígena de Kumarakapay (Estudiante de Turismo y Champion
Goleador del equipo de Fútbol de Kumarakapay, el cual, a su vez, ganó el
Campeonato de Fútbol 2013 de las Comunidades Indígenas de la Gran Sabana).
Fecha de expedición: Enero del 2014.-
Fecha de expedición: Enero del 2014.-
ASI FUE LA RUTA…
(No daremos detalles sobre
experiencias personales, grupal o de hallazgos, sino algunas recomendaciones
sobre la ruta. El relator sólo verterá algunas de sus impresiones para
beneficio e ilustración del lector. Si quiere más... ¡Vívalo usted mismo!).
PRIMER DÍA
La Expedición Gondwana partió a pie desde la
Comunidad Indígena Paraitepuy de Roraima, punto más cercano al Roraima (a 22 km.
de su falda), montaña llamada por los pemones La morada de Dios, a las 9:35 a.m. del día 8 de enero de 2014 con
destino al Campamento Ték (Tök), primera etapa del recorrido, a 12 kilómetros de distancia.
Diego
Fortunato después de pasar lo que los pemones llaman la primera prueba, que no es más que una empinada
y fatigosa colina. Si la remontas sin muchos problemas, seguramente coronarás
con éxito la cima del Roraima. Nadie tomó fotos de esa colina. Al parecer,
todos estábamos empeñados en dejarla atrás de una vez por todas. (Foto Tony Rodríguez).
MANANTIALES CRISTALINOS
A los 4 km., aproximadamente, y luego de pasar sobre rústicos puentecillos de madera bajo los cuales corren pequeños (¡en verano!) y hermosos manantiales de aguas cristalinas y puras, se arriba a un empinado camino al que los pemones llaman La primera prueba. Si al excursionista la subida le parece muy, pero muy agotadora, es mejor dar vuelta atrás y desistir, porque lo que viene después de atravesar los ríos Ték y Kukenán es un poquito más forzado. Y, más aún, La rampa, que es la última subida, la cual inicia en el Campamento Base y termina en la cima del Roraima. Ese recorrido, de la Base a la Cima, es la verdadera Prueba de fuego. No obstante, bien vale la pena caminar por donde hace unos cuatro mil millones de años atrás, otros seres, de los cuales muy poco sabemos, estuvieron pisando esa tierra. En la cima del tepuy se respira el aliento de Dios y escuchan los acordes del silencio del alma.
Así
comienza la expedición. Vamos en la 4x4 de Richard, chófer contratado
para llevarnos desde Kumarakapay a la
comunidad indígena de Paraitepuy de Roraima, a 22 Km de distancia y punto más cercano a la montaña. Es el sitio obligado de todas
las salidas hacia el Roraima y último lugar accesible en vehículos de
doble tracción. Estamos todos, pero la lente de Hernando Ochoa sólo
alcanzó a captar a Luis Silva, en primer plano a
la izquierda, atrás su inseparable hermana Yeraldynne. A la derecha,
Diego Fortunato. A su lado Arturo Ochoa y el que levanta el pulgar es Alexander
García, nuestro porteador. (Foto
Hernando Ochoa).
Por razones adversas que no valen la pena comentar, tuvimos que pernoctar en Paraitepuy de Roraima. La pasamos
bien, acostumbrándonos al frío y analizando el universo y
sus constelaciones. Por supuesto, la vedette fue Orión, la del Gran Cazador, visible en verano durante toda la
noche en el hemisferio sur. Antes de irnos a dormir, Hernando Ochoa,
experto conocedor de la fotografía, se la ingenió para tomar esta foto. Puso la
cámara en tiempo sobre el largo mesón donde estábamos
reunidos y charlando y corrió a sentarse con el grupo. A la izquierda, en
primer plano, Luis Silva. A su lado, su querida hermana Yeraldynne. Atrás
Diego Fortunato. A la derecha, Hernando, muy sonriente al lado de su hijo
Arturo. Al final Anderson Castro, muy pensativo. (Foto Hernando Ochoa).
Chequeándome en el Puesto de Control de Inparques. Hay que
dejar escrito nombre, cédula de identidad, profesión, edad y firmar el Libro de Registros y Salidas y colaborar con Bs.F. 30 que irán destinados al mantenimiento del puesto.
No es obligatorio. (Foto Tony Rodríguez).
Vista de Paraitepuy de Roraima y sus viviendas típicas después de salir del puesto de Control de Inparques. (Foto Diego Fortunato).
Este es el camino que conduce, desde la confortable y limpia posada de Florencio Ayuso, capitán del Paraitepuy, al Puesto de Control. Al fondo, sobre la colina, se divisan los techos azules de la posada que da la cara a un mirador desde donde se puede observar, por primera vez, al Kukenán y al majestuoso Roraima. Eso sí, si las condiciones meteorológicas lo permiten. Nosotros tuvimos la suerte de poder apreciarlo. Obviamente, el Kukenán ocultaba parte de su encanto. Ver foto de bajo. (Foto Diego Fortunato).
Niña estudiando en la ventana de su casa. Paraitepuy de Roraima.(Detalle). Abajo toda la casa. (Foto Diego Fortunato).
Esta extraña mariposa o polilla (las polillas también son mariposas pero, con frecuencia, se les ven en las noches) la encontramos cerca de Kumarakapay adherida a un madero en la vía. Fue el mismo día de nuestra llegada a la Gran Sabana y como habíamos “perdido el enlace” a Paraitepuy de Roraima, nos fuimos caminando hacia el Arapán merú (Salto Arapená), en el río Yuruaní, para tomar fotos y darnos un buen y revitalizante baño en sus acogedoras aguas. (Foto Diego Fortunato).
Vista de Paraitepuy de Roraima y sus viviendas típicas después de salir del puesto de Control de Inparques. (Foto Diego Fortunato).
Este es el camino que conduce, desde la confortable y limpia posada de Florencio Ayuso, capitán del Paraitepuy, al Puesto de Control. Al fondo, sobre la colina, se divisan los techos azules de la posada que da la cara a un mirador desde donde se puede observar, por primera vez, al Kukenán y al majestuoso Roraima. Eso sí, si las condiciones meteorológicas lo permiten. Nosotros tuvimos la suerte de poder apreciarlo. Obviamente, el Kukenán ocultaba parte de su encanto. Ver foto de bajo. (Foto Diego Fortunato).
Saliendo
de Paraitepuy de Roraima. La que saluda es Yeraldynne Silva, apodada
por nosotros, y con toda justicia, como La guerrera, porque
decidió embarcarse en la aventura a última hora, sin estar preparada
ni contar con los implementos necesarios para afrontar la expedición. Por
supuesto, yo, como siempre, iba en la retaguardia, soy el que le tomó la
foto. (Foto
Diego Fortunato).
Niña estudiando en la ventana de su casa. Paraitepuy de Roraima.(Detalle). Abajo toda la casa. (Foto Diego Fortunato).
Recién salidos de Paraitepuy de Roraima sobre mi bastón se posó
este anisópteros (Anisoptera, del griego ανισος anisos,
"desigual" y πτερος pteros, "alas")
son uno de los dos infraórdenes clásicos del suborden Epiprocta. Se conocen con el nombre común de
libélulas, aunque este término, un tanto vago, suele usarse también en un
sentido más amplio para designar a todos los odonatos). En realidad no
sé a qué familia y género de
insectos pertenece. La descripción anterior la tomé de Internet. Por supuesto
que el insecto ya debe estar clasificado, pero me encantó el color azul
metileno de su cuerpo y alas. Las fotos están fuera de foco porque el bichito se
movió rápido. Hay que observar que científicos y la industria
farmacéutica han comprobado que el uso del azul de metileno retrasa el
deterioro de las funciones cognitivas de los enfermos de Alzheimer y que
mejora la función mitocondrial. Por ello, se ha propuesto que podría ser
utilizado también en la lucha contra el Parkinson. Ese bichito podría contener entre su genes la cura
de ambas enfermedades... ¿Quién dice que no? ¿Quién lo sabe? ¿Quién lo ha
estudiado? (Foto Diego
Fortunato).
Esta extraña mariposa o polilla (las polillas también son mariposas pero, con frecuencia, se les ven en las noches) la encontramos cerca de Kumarakapay adherida a un madero en la vía. Fue el mismo día de nuestra llegada a la Gran Sabana y como habíamos “perdido el enlace” a Paraitepuy de Roraima, nos fuimos caminando hacia el Arapán merú (Salto Arapená), en el río Yuruaní, para tomar fotos y darnos un buen y revitalizante baño en sus acogedoras aguas. (Foto Diego Fortunato).
Arturo, sentado y con cantimplora en manos, piensa. Quizás
en el camino que viene. Anderson chequeando un mapa de la ruta hacia la Gran
Sabana y yo, Diego Fortunato, haciendo lo mismo en otro de la cima
del Auyantepuy que hay en la "sala de espera" de la oficina de
Inparques de Paraitepuy de Roraima. Ambos mapas estaban escritos en inglés. El
que no conoce el idioma queda
frito. (Foto Hernando Ochoa).
Buscando el Salto Ángel, (Kerepakupai Vená, en
pemón, que significa «salto del lugar más profundo»). Es el salto de agua más
alto del mundo, con 979 m (807 m de caída ininterrumpida), pero no queda por estos lados, donde estamos ahora nosotros, sino
por el extremo sur del Parque Nacional Canaima. (Foto Hernando Ochoa).
Felices por encontrarnos con el primer riachuelo después de nuestra salida. Está a unos dos kilómetros de Paraitepuy. (Foto Hernando Ochoa).
Desde los primeros kilómetros se puede apreciar un exuberante
paisaje de sabanas abiertas y ralas alternadas con pequeños bosquecillos
bordeados por riachuelos y manantiales. No estoy barrigón, ni gordo, como
parece serlo en algunas fotos. Estaba forrado. Ocultas debajo de la franela
llevaba otros "enseres", como un pesado cuchillo todo terreno de
"mil funciones" cuya famosa marca no voy a nombrar, que para lo único
que me sirvió fue para hacer aún más pesada la carga. Transportaba más de 15
Kg. atados a la espalda, pero poco a poco fui aliviando el morral. Una parte,
entre la que estaba un gran cuchillo de selva, tipo Rambo, la dejé
al buen resguardo de Abelina, la custodia del santuario que pronto verán en
fotos que están más abajo. (Foto
Hernando Ochoa).
Esta es la vía, la única, y allá vamos nosotros. Un poquito más arriba comienza la cuesta llamada La primera prueba. (Foto Hernando Ochoa).
Diego Fortunato, Tony Rodríguez, el sereno y tolerante guía, y
Alexander García, el porteador de
las mil fuerzas, no por nada es el goleador del equipo de fútbol de
Kumarakapay, el cual se coronó Campeón 2013 de la Gran Sabana.(Foto Hernando Ochoa).
Aquí Alexander informa que no hay equivocación... ¡Todas las
vías conducen al Roraima! (Aunque, mucho, pero mucho más adelante,
está el desvío que lleva al Kukenán, El tepuy de los muertos. (Foto Diego
Fortunato).
Hasta aquí todo era un juego de niños. Faltaban muchos kilómetros para
que la ruta comenzara a tornarse espinosa.(Foto Hernando Ochoa).

Todo hay que llevarlo con paz y amor, es el lema de vida de Diego Fortunato. El apuro lleva al cansancio y este al fracaso. Los pemones sabiamente recomiendan mejor es ir lento, pero seguro. Háganle caso. Funciona. Quizás por eso culminé la expedición sin un rasguño.(Foto Hernando Ochoa).
EN ARMONÍA CON DIOS
Al Ték se llega en unas seis horas o más,
dependiendo de la marcha, capacidad, condiciones físicas y de entrenamiento del
senderista. En cualquiera de los casos, es mejor no forzarse. Hay que dosificar
energía y rendimiento. Por nada se debe olvidar que después viene el regreso. No
queme todos sus cartuchos antes de tiempo. Es mejor regresar entero y no en
camilla. Sabiamente los pemones recomiendan ir lento pero seguro. Recuerden
siempre que no es una carrera de velocidad ni de resistencias, sino simplemente
una excursión para disfrutar del paisaje y estar en armonía con la naturaleza y
el Creador. No hay ningún apuro. La montaña siempre seguirá allí como lo ha
hecho desde hace miles de millones de años. Evite las niñerías, imprudencias e
incoherentes infantiladas. No conducen a nada bueno y nada sano. Otra
recomendación importante es no separarse del grupo. Hay que marchar juntos,
aunque no sea en forma compacta, pero juntos. Muchos percances y accidentes
graves en la historia del senderismo mundial, han acontecido, precisamente, por
eso: por ir cada uno por su lado. Es regla básica del senderismo y montañismo
estar siempre juntos. Al menos dos personas deben marchas juntas. Nunca uno solo.
Cualquier percance, por más pequeño o grande que sea, siempre tendrá una mano
salvadora a su alcance. Al estar separados, la ayuda podría llegar muy tarde o
no llegar nunca. Recuerde que hasta el más experto escalador puede sufrir una caída,
dislocarse un tobillo, sufrir fractura, craneal o de otra índole, tener un paro
cardíaco, ser mordido por una serpiente, desmayarse, deshidratarse y otros tantos
problemas que conllevan cualquier expedición. Marchar juntos, repito, podría
ser la mano salvadora. Y, una última cosa, nunca, pero nunca, marchar de noche
y, mucho menos solo. Hacerlo únicamente en caso de emergencia o excesiva
necesidad. Son reglas que hasta en combate se respetan… ¡Hágalo también
usted!... ¡No sea tonto!
A los pocos kilómetros de recorrido nos cayó tremendo chubasco. Fue después que Tony y Alexander nos prepararon un refrigerio. Estábamos felices y tranquilos. La ruta era fácil y nuestras fuerzas enteras. (Foto Hernando Ochoa).
Todo perfecto. Ruta y compañeros en silenciosa armonía. Dios nos bendecía con un arco iris tridimensional que arropaba lo largo y ancho del Roraima. (Foto Hernando Ochoa).
Unidos, siempre unidos. No importa la misión o combate que
estés realizando. Es la regla de oro al éxito. En la foto Diego Fortunato,
Hernando Ochoa, Arturo Ochoa, Anderson Castro y Yeraldynne Silva. (Foto Luis Silva).
Bifurcación básica para tomar en cuenta. A la izquierda se va hacia el Kukenán, El tepuy de los muertos, y a la derecha al Roraima. ¡Prohibido equivocarse! (Foto Diego Fortunato).
Diego
Fortunato con Yeraldynne.
Sonrientes, pero con los pensamientos puestos en la misión. Nuestras mentes
y almas, las de todos, estaban muy positivas y llenas de optimismo. Borren
de su diccionario mental la funesta palabra miedo. No sirve
para nada y sólo conduce a derrotas y confusión. (Foto Tony Rodríguez).
Aquí, a unos tres kilómetros antes de llegar del Campamento Ték, dejó la vida un fiero y aguerrido porteador pemón. Fue el 27 de enero de 2011 y, presuntamente, sufrió un paro cardíaco. ¡Paz a tus restos, guerrero! (Foto Diego Fortunato).
El Roraima nos espera. Sabe que vamos en paz y nos recibirá con los brazos abiertos. (Foto Hernando Ochoa).
UN PARAÍSO NO CONTAMINADO
La caminata de doce kilómetros fue
relajante y nada pesada. Llegamos al Campamento Ték entrada la tarde. Tuvimos tiempo suficiente para visitar y tomar fotos de cada rincón del pequeño campamento lleno de encantos ancestrales y montar las carpas. Allí se se palpa toda la pureza y
amabilidad de los pemones, sabios guerreros y hombre de integridad única, no contaminada por la llamada “Civilización Occidental”, que de civilizada no
tiene casi nada, pero sí mucho de barbarie.
Gracias al Altísimo, los pemones se han mantenidos puros y firmes es sus
códigos sociales y morales, por lo tanto no se dejan engañar o manipular por los bárbaros de otras
latitudes que vistan sus tierras sagradas. Por
ello, acertadamente y con plena convicción, llaman al Roraima La morada de Dios. Hay muchas leyendas indígenas sobre la
formación del Roraima y la Gran Sabana. Más adelante les dejaré una escrita.
Alexander
García y Tony Rodríguez (porteador
y guía, respectivamente), hacen
la señal de misión cumplida. A sus espaldas la casa-comedor principal de la
pequeña comunidad pemón que reside permanentemente en el Campamento Ték. Allí hay de todo, menos medicinas. Un excursionista que regresaba
del Roraima fue hacia la ventanilla principal, la que se ve a la derecha, en
busca de algo para la gripe. La señora le dijo que no tenía. Viví el momento porque estaba en la misma ventanilla esperando
por un buen vaso (no taza) de café con leche caliente que la señora vende. Para
el momento y la distancia, la parda infusión no estaba nada mal. (Foto Diego Fortunato).
Diego Fortunato en el Campamento Ték, feliz de haber llegado sin contratiempos y ansioso para salir en la mañana hacia el Campamento Base. Atrás, entre las nubes, parte del Roraima. (Foto Tony Rodríguez).
Para el recuerdo. La guerrera Yeraldynne Silva muy sonriente, al igual que el
buen amigo Hernando Ochoa, quien no se cansó de maravillarse por
el exuberante paisaje y tomar fotos a caudales. (Foto
Diego Fortunato).
Luis Silva, el devoto y protector hermano de Yeraldynne. Estaba pendiente de ella como un padre. Nunca se quejó y siempre estaba a su lado para tenderle una mano en los lugares más abruptos. (Foto Diego Fortunato).
La guerrera en pose de descanso. Atrás, imperturbables, el Kukenán, a la izquierda, y el Roraima, a la derecha, parecían dos centinelas que vigilaban la marcha de los integrantes de la Expedición Gondwana 2014. (Foto Diego Fortunato).
Tres carpas, tres sueños. En las silenciosas noches
de la sabana cada uno tejía sus propios sueños, no de gloria,
sino de tocar el suelo de La
morada de Dios y elevar,
al
infinito cielo, una oración
de agradecimiento al Altísimo.
Al fondo, Luis Silva, Yeraldynne, Hernando
conversaban
quietamente cerca de la carpa azul
de los
hermanos Silva. (Foto Diego Fortunato).
Mi sagrado resguardo del inclemente frío y aposento de mis sueños. (Foto Diego Fortunato).
En este lugar comen los que pagan por el puesto. Nosotros lo hicimos al frente, en otra típica y agradable construcción de bahareque cruzada con vigas y columnas de troncos firmemente dispuestos y seguros. (Foto Hernando Ochoa).
Nance o nanche es el nombre que se le da al fruto pulposo de la
especie Byrsonima crassifolia, de color amarillo en su maduración, con
fuerte aroma, un poco más pequeño que una aceituna, y con hueso duro y redondo.
Es originario de las regiones tropicales de América. El uso medicinal que se da con mayor frecuencia a esta planta es contra la diarrea. Aunque también se indica en
otros desórdenes de tipo digestivo como disentería, dolor de estómago, empacho, falta
de digestión, bilis y tapado (originado por comer alimentos que los "tapa", en
que se sienten muchas ganas de defecar y no se puede, y hay inflamación del
estómago). En el tratamiento de estos padecimientos se emplea la corteza en
cocimiento, por vía oral. La fruta es consumible cuando está madura, presentando un sabor dulce y un
color amarillo intenso, con un resabio levemente amargo. La amargura se acentúa
fuertemente en las drupas inmaduras que también son comestibles.
Diego Fortunato regresando del río Ték después darse una buena cepillada de dientes y hacer unas cuantas gárgaras con las heladas aguas. (Foto Hernando Ochoa).
El misterioso Kukenán sirvió de marco a esta autofoto de Diego Fortunato.
El misterioso Kukenán sirvió de marco a esta autofoto de Diego Fortunato.
Mientras esperaban por la cena, dos señoras italianas (una de ellas hablaba muy bien el español) a su regreso del Roraima contaban la aventura vivida en la montaña. Llegaron al campamento de noche. La más joven, la del gorrito azul y con su buen plato de espaguetis esperando para ser devorado, recomendaba -de acuerdo a su experiencia- la forma más fácil de sortear el Paso de las Lágrimas sin salir muy mojado. En realidad, salir sin una gota de agua encima del Paso de las Lágrimas es casi misión imposible, menos en temporada de lluvias. Yo me mojé tres veces. Lo mismo le sucedió a Tony Rodríguez, nuestro experto guía pemón. Lo importante es no apresurarse y avanzar seguro. De esa forma evitará caerse y saldrá sin un rasguño del Paso. Las rocas son muy resbaladizas y están constantemente mojadas y recubiertas de un fino moho, al menos las que se encuentran cerca de la pared vertical de la roca porque reciben muy poca luz. Difícilmente el sol se cuela entre ellas. La mayoría de los accidentes durante el ascenso (y descenso) a la cumbre del Roraima ocurren, precisamente allí, en El paso de las lágrimas. La señora italiana también hizo la advertencia de guardar bien protegidas, como si se tratase del tesoro más preciado, un par, o dos, de medias bien secas. Es totalmente cierto. De otras forma se las verán muy negras en las noches de la montaña. (Foto Hernando Ochoa).
Un día inolvidable. El Kukenán se nos abrió completamente. Era para sentirse privilegiado, ya que muy pocas veces puede verse así. Diego Fortunato estaba feliz porque su "montaña", el lugar donde su fantasía lo llevó para dar vida a La estrella perdida, la segunda novela de la Trilogía El Papiro, estaba llena de luz, cosa no muy habitual. (Foto Hernando Ochoa).
¡ATENCIÓN!
Es totalmente necesario y humano advertir a los
excursionistas de no forzar su marcha. Hay que evitar que las piernas se les hinchen. Descansen. Es importante que
sus músculos se enfríen. No ocurrirá nada. La escalada al Roraima no es una competencia de velocidad ni de
resistencia, sino un paseo de contemplación, comunión y armonía con una
naturaleza milenaria. Les digo esto porque si se exceden en su ejercicio, en su
caminata, y agotan sus fuerzas y reservas, al sobrepasarse corren el peligro de
afectarse o contraer mioglobinuria, una enfermedad
que destruye las fibras musculares, lo cual, en casos muy extremos, puede
causar la muerte por paro renal. O sea que, de un momento a otro, sus riñones
dejan de funcionar y… ¡chao! La mioglobinuria es una alteración provocada, entre otras
causas, por el ejercicio físico intenso, el cual conlleva a la degradación de
los músculos (rabdomiolisis), que a su vez liberan proteínas musculares (como
creatinoquinasa y mioglobina) en la sangre. Una de las causas más frecuentes de mioglobinuria es la
rabdomiolisis por destrucción de las fibras musculares. Puede
ser fácilmente detectada porque la presencia de mioglobina en la orina le
confiere un color óxido. ¡IMPORTANTE! La prevención es descansar y tomar mucha agua. Hay
quebradas y riachuelos suficientes para recargar sus envases o cantimploras
durante el trayecto al Roraima. Como ejemplo de mioglobinuria en la vida diaria les referiré que muchos reclutas
y soldados en todo el mundo han muerto por sobre ejercitarse cuando
en su batallón se topan con un teniente o capitán sádico que, por
ignorancia, los somete a ejercicios físicos extremos, sea por entrenamiento o
castigo. El consejo es gratis… ¡De nada!
SEGUNDO DÍA
Luego de un merecido y exquisito desayuno
preparado por Tony y Alexander, los integrantes de la Expedición Gondwana partimos hacia el Campamento Base, a unos 9 km. del río Ték.
EL RÍO "CASTRADOR"
Todos estábamos ávidos por llegar al río Kukenán, a 1.5 km del Campamento Ték, debido a una absurda y comprobación in situ. La noche anterior el integrante de un grupo que regresaba del Roraima que acampó en el Ték para pasar la noche allí, nos dijo que las aguas del río estaban tan gélidas, que dejaban virtualmente castrados a los hombres, a quienes se les perdía entre el traje de baño testículos y piripicho. Queríamos corroborarlo en carne propia. Por eso apuramos un poco el paso. ¡Qué masoquistas!, verdad.
Hernando
Ochoa, el paciente y afable Tony Rodríguez y Diego Fortunato durante un
descanso en el camino. Había que dejar inmortalizada en la inequívoca lente de
la cámara la exuberante e ignota belleza de la sabana. Una foto vale
por mil palabras. (Foto Arturo Ochoa).
Autofoto que me tomé antes de dejar atrás al río Ték. El grupo se había adelantado. Yo, como siempre, llevé la caminata con mucha paz y sin apuros. Me encanta ver, examinar piedras y vegetación, y deleitarme y suspirar al ritmo silencioso de la naturaleza. (Foto Diego Fortunato).
La sombra
blanquecina que ven al fondo sobre la verde sabana, a la izquierda, es un
atisbo del río Kukenán. Arturo, quien se había quedado con Anderson en
las cercanías de la iglesia donde yo estaba por llegar, me tomó la foto y
corrió junto a su primo hacia el río. Sin pensarlo, decidí acercarme a la
iglesia, cuya construcción y encanto me subyugó desde que la avisté en la
lejanía. El río podía esperar. Estaba allí hace milenios y no se movería ni iba
a salir corriendo. (Foto Arturo Ochoa).
UN SANTUARIO EN LA SABANA
En el camino hacia el río, al este del
Kukenán, en una plácida colina está enclavada una hermosa, pequeña y humilde
iglesia que transpira santidad. Al estar frente a ella percibí lo
sagrado del templo y un sentimiento de recogimiento e infinita paz cobijo mí
alma. Mucho más por estar inmerso en ese casi espectral silencio, pese a que el sol estaba tan lacerante que sus rayos penetraban como
lanzas en el cuerpo.
Al
lado de la iglesia, a unos cortos treinta metros, había una casita de bahareque (por esos lados sustituyen la
caña con pequeños troncos de árboles resinosos) donde viven los custodios del santuario. Fui hasta allá y una
abuelita pemón, muy atenta y dispuesta, me dijo que la iglesia se llamaba Santa
María de los Ángeles de Tëkwonó y que había sido fundada en el año 1912 por el
padre jesuita Ignacio Garis. Contó que el padre Ignacio, desde el mismo día de
su llegada a la región del Roraima, comenzó a evangelizar gran parte de los
poblados vecinos. Se afirma que no sólo fue al Paraitepuy sino que también
estuvo por Kumarakapay (San Francisco de Yuruaní) y sus cercanías. Y todo, en
aquella época, se hacía caminando, ya que ni burros ni asnos y mucho menos caballos,
habían ni hay en la región. Muchos pemones, los de las tierras altas, hasta
desconocen de la existencia de esos cuadrúpedos que tanto han contribuido con
el desarrollo de la civilización moderna.
Embelesado por su locuacidad, escuché con atención la dulce y firme voz de la anciana. Después
de su muerte, desde Manaos llegaron a la región los padres benedictinos, y
luego, de España, los franciscanos, contaba la señora Abelina Ortiz, la
abuela custodia del santuario. Se refería al padre Ignacio Garis y a lo que
ocurrió después de su muerte. Mientras con elocuentes gesticulaciones Abelina narraba parte de la historia del santuario, su hija Nora Pérez Ortiz y los
pequeños hijos de ésta, Norelys, Raúl José, Selena, Dayana y Norkys, escuchaban
con agrado el relato de su abuela. Todos eran pemones taurepanes (una de
las tres etnias dominantes en la Gran Sabana. Las otras dos son los arekunas y
los kumarakotos) y familiares directos de nuestro guía Tony Rodríguez. En la
Gran Sabana todos están emparentados por una razón u otra, ya que muy poco se mezclan
con otras castas. Suelen casarse entre ellos cuando la rama de consanguinidad es
lejana, tal como son los primos segundos o de tercera generación. Después de
conversar con Abelina, la centinela del santuario, me dirigí a la iglesia para
orar por mí familia y el éxito de la expedición. La anciana me prestó una caja
de fósforos y me dijo que dentro había una velita casi nueva, que la encendiese,
orase y después, al finalizar, le devolviera los fósforos, palitos sumamente útiles en ese apartado rincón de nuestra geografía.
Entré a la iglesia, oré, tomé
unas fotos del interior del santuario, salí y, tal como me lo pidió, regresé las cerillas a la
abuela. Por supuesto, mi grupo ya estaba lejos, y seguramente todos ellos metidos de cabeza en el río Kukenán
tomándose un merecido y gélido baño y comprobando en carne propia el fenómeno de la castración momentánea. Me despedí no sin antes dejarles un
regalito monetario a la anciana, hija y nietos, y enrumbé hacía el río. De
pronto Abelina detuvo mi marcha con una indicación. Vete por detrás de la Iglesia -dijo-. Hay un atajo y llegarás más rápido al río. Le di las gracias y complacido tomé el atajo. Pronto estaba
con mis compañeros metido hasta el pecho en las "castradoras" aguas de Kukenán.
Diego Fortunato en la iglesia Santa María de los Ángeles de Tëkwonó. Fondo mágico y espiritual, salpicado de pinceladas surrealistas, más en esa inmensidad donde parece que nada se mueve y nada existe, cuando es todo lo contrario, ya que en los tres millones de hectáreas de extensión de la Gran Sabana viven y conviven más del 40% de las especies vegetales y animales de toda Venezuela y el 23% de reptiles y anfibios, de los cuales muchos son endémicos. Que no se dejen ver por los invasores humanos, no quiere decir que no existan. Es el "arte ancestral" del camuflaje desarrollado por esas especies, más que nada las animales, para evitar el acoso del depredador más sanguinario del planeta: el hombre. (Foto Arturo Ochoa).
Este es el santo y puro interior de la iglesia Santa María de los Ángeles de Tëkwonó, de la cual no hay ninguna referencia sobre su existencia en Internet. A partir de ahora, ya que hicimos alusión a ella en este blog, comenzará a aparecer, al menos en Google. Adentro se respira santidad, paz y recogimiento divino. Cuando estuve entre sus paredes me vino a la memoria una reflexión de Jesucristo, el mismo Dios encarnado en hombre: Quiero una iglesia humilde, dijo y en otras de sus prédicas afirmó: "El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será
enaltecido" (Mateo 23.12). (Foto Diego Fortunato).
Ella es Abelina, la custodia del santuario. Es una mujer dulce y afable. Su hija Nora Pérez Ortiz y los pequeños hijos de ésta, Norelys, Selena, Dayana y Norkys, la más pequeña, escuchaban atentamente mientras su abuela me relataba la historia de la iglesia. En la foto falta Raúl José, quien se incorporó al grupo después que tomé la foto. (Foto Diego Fortunato).
Seguí
el consejo de Abelina y me fui por detrás de la iglesia. Gracias al atajo,
pronto apareció el Kukenán. Esta autofoto patentiza
el momento. (Foto Diego Fortunato).
Baño castrador en las frías aguas
de Kukenán. De espalda, cual sirena de río, Yeraldynne.
Al fondo, con medio cuerpo metido en el agua, su hermano Luis Silva señala
el sitio por donde, según él, deberíamos pasar a la otra orilla sin que nuestro
equipaje se mojase. Aunque el río estaba tranquilo y el paso sería
fácil, la última palabra la tendría Tony, nuestro guía, quien se había quedado
atrás con Alexander lavando en el río Ték los platos y tazas que ensuciamos
durante el desayuno, y volviendo a amarrar y asegurar en sus wayares su propia carpa y demás utensilios de viaje. Al lado de Luis,
también metido hasta el ombligo en el agua, están Hernando Ochoa y Anderson
Castro. (Foto Arturo Ochoa).
El agua estaba divina, pero al tocarme
abajo, que desagradable sensación… ¡Castrado casi totalmente! Gracias a Dios
que la extirpación
glandular dura sólo mientras se
permanece dentro de las frías aguas. Al salir, poco a poco los órganos del
aparato reproductor vuelven a tomar su forma natural. ¡Uff, qué alivio!
Aunque el sol estaba radiante y nuestros cuerpos se secarían rápido, no podíamos quedarnos más tiempo en el río. Debíamos seguir y llegar al Campamento Base antes de que cayese la noche. El recorrido era largo y hay que remontar grandes y fatigosas cuestas.
Nos vestimos y pusimos bloqueador solar en rostro y zonas descubiertas del cuerpo y seguimos adelante. En
la Gran Sabana el sol no arde, ¡quema hasta el punto de ignición! En verano
(meses de enero a abril y, a veces, dependiendo del enloquecido -por los
hombres- cambios climáticos, dura hasta mayo), el recorrido se hace bajo un
incandescente sol, por ello hay que llevar toda la protección necesaria que
recomendamos en www.gransabanayroraima.blogspot.com
¡Por supuesto que sin previo aviso también puede caer un súper palo de agua!
El
segundo día se camina casi siempre en plano o remontando pequeñas colinas,
propias del piedemonte tepuyano. A unos dos o más kilómetros de recorrido el
viajero se topa con grandes rocas o bloques desprendidos de los farallones y
paredes del Roraima hace miles de millones de años, presumiblemente por
erupciones volcánicas acaecidas en el Precámbrico. Son rocas ígneas oscurecidas
por los elementos y los siglos, donde los senderistas garabatean sobre ellas sus
nombres, iniciales o lemas, para dejar plasmado, como testimonio de su audacia,
que ellos también estuvieron allí, en las faldas del Roraima. Casi toda la vegetación que se observa
durante el recorrido hacia el Campamento Base está constituida por sabanas
abiertas y ralas resistente al fuego (Trachypogon plumosus, un género de
plantas herbáceas de la familia de las gramíneas, Bulbostylis
paradoxa y
otros) y pequeños árboles y arbustos pirófilos, que son plantas que, por contener esencias y resinas inflamables, propagan el fuego rápidamente pero que, no obstante, resisten sus efectos al aguantar, tanto raíces como
semillas, muy bien los embates de las llamas, cosa que les permite rebrotar muy
rápido después de los incendios. Normalmente, muchos guías y porteadores
pemones hacen un alto en el camino en el llamado Campamento Militar, que de
campamento tiene muy poco, o nada, y es llamado así porque en un tiempo fue utilizado por
el ejército para sus entrenamientos de selva. Se trata de un pequeño claro con
algunas rocas, las cuales se aprovechan para sentarse a descansar y tomar un
pequeño y rápido refrigerio antes de seguir marcha hacia la Base.
Nosotros también lo hicimos y nos deleitamos con grandes raciones de pan con
mermelada. Muy eventualmente, el Campamento Militar es utilizado por algunos
excursionistas que quieren avanzar rápido y hacer el ascenso al Roraima en menos de tres días.
Los chubascos como vienen se van. Aunque en verano -a veces- duran poco, es mejor estar preparados y tener a mano un ligero impermeable. Si es de colores vivos, como el que que tengo puesto, mucho mejor, porque se distingue a la distancia, no sucede lo mismo con el verde militar, el cual se confunde entre los verdes azulados de la sabana. La precaución es por si acaso algún adormilado expedicionario se extravía. Será más fácil ubicarlo con o sin binoculares. (Autofoto Diego Fortunato).
Detrás, el misterioso Kukenán. Parece estar cerca, pero no lo está. Además hay
que darle casi toda la vuelta completa a la rocosa montaña para poder acceder
a la vía de ascenso al Tepuy de los Muertos, bautizado así por lo pemones porque ancestralmente era utilizado como tabernáculo de suicidios. Si Dios quiere en abril, el dia cuatro para ser más preciso, pasaré mi cumpleaños en su cima.(Autofoto Diego Fortunato).
que darle casi toda la vuelta completa a la rocosa montaña para poder acceder
a la vía de ascenso al Tepuy de los Muertos, bautizado así por lo pemones porque ancestralmente era utilizado como tabernáculo de suicidios. Si Dios quiere en abril, el dia cuatro para ser más preciso, pasaré mi cumpleaños en su cima.(Autofoto Diego Fortunato).
La gran pared rocosa que ven entre las nubes pertenece al Roraima. Me estoy acercando. Marcho en solitario, pero no importa. Aprovecho el tiempo para deleitarme con tanta hermosa magnificencia y darle gracias a Dios por haberla creado y permitirme pasear por su milenaria vegetación. (Autofoto Diego Fortunato).
Con el aguerrido Tony. Hizo grandes esfuerzos y nunca se
quejó. Es, al igual que Alexander, un verdadero guerrero taurepán.
Hay que aprender mucho de ellos.(Foto
Hernando Ochoa).
LAS TURBERAS
Y LAS PLANTAS CARNÍVORAS
La
mayoría de mis compañeros llegaron a la Base al atardecer. Yo un poquito
después, junto al buen Alexander, porteador del grupo.
Como la
marcha hacia la Base es un poco pesada y todo el mundo está ansioso por llegar,
no advierten que cerca del Campamento hay unas turberas (Turbera es
un tipo de follaje húmedo y ácido donde se acumula materia orgánica en forma de
turba, la cual está repleta de materia vegetal descompuesta) donde nacen y
se reproducen grandes colonias de Brocchinias reducta (Brocchinia
reducta es una de las pocas bromelias carnívoras. Es originaria del
sur de Venezuela, Brasil y Guyana y se encuentra en suelos pobres de
nutrientes), además de otras plantas insectívoras de la familia de las Drosseras y
la Utricularia quelchii.
Y LAS PLANTAS CARNÍVORAS
Los últimos kilómetros antes de llegar
Campamento Base no consisten un paseo al aire libre. Hay colinas que a la
distancia parecen pequeñas y fáciles de remontar pero al estar sobre ellas no
es así. La cuesta tiene su buen grado de inclinación. Si el caminante forzó la
marcha y lleva más peso de lo necesario en el morral, se le hará un poco
espinoso debido a que ya tiene dos días caminando. Hay que dosificar fuerzas y
espíritu. El Roraima no se irá corriendo y, lo importante, es llegar tranquilo,
descansado y feliz.
Hice la mayoría del trayecto solo. Es mejor ir lento pero seguro, tal como dicen los pemones. Además, del apuro apenas queda el cansancio y no te permite observar y deleitarte con la belleza milenaria que está a tu alrededor. Tony, que se había quedado rezagado arreglando algo en su wayare, tomó la gráfica. (Foto Tony Rodríguez).
ADAPTACIÓN AL FRÍO
Pasar la noche en el Campamento Base servirá para que el cuerpo se
adapte al frío de la montaña. Es una forma de aclimatarse y preparase
psicológicamente al frío nocturno de la cima del Roraima, el cual puede bajar hasta cero grados centígrados. En verano no es tan
fuerte y se soporta. Pero en invierno, con las flagelantes ráfagas vientos y las
fuertes lluvias, la historia es otra. Y nosotros estábamos en verano. No la
deberíamos pasar mal.
¡UNA BUENA CENA!
Al llegar acampamos cerca una rústica construcción pemón. Mientras chequeábamos nuestros morrales, Tony y Alexander se dispusieron a preparar la cena. El inquieto Hernando no paraba de tomar fotos en la oscuridad. Es muy buen fotógrafo y logró captar excepcionales imágenes nocturnas, dignas para un concurso fotográfico o a para ser publicadas en National Geographic.
Desde aquí apenas faltan alrededor de dos kilómetros para llegar al Campamento Base. Lo importante es llegar antes de que la noche arrope la sabana. (Foto Alexander García).
¡Al fin! A mis espaldas la pared principal de Roraima. Está a sólo unos cuatrocientos metros o más de donde estoy parado. El Campamento Base, a la derecha, se encuentra ubicado casi debajo de ella. En los meses de enero y febrero la temperatura nocturna desciende hasta los seis o cinco grados centígrados. (Foto Alexander García).
La noche estaba cayendo y yo no había llegado a la Base.
El buen Alexander García salió a buscarme. (Foto Diego Fortunato).
Hacía apenas unos pocos minutos todavía estaba claro y despejado, pero de pronto, sin esperar invitación alguna, la noche tendió su manto sobre las faldas del Roraima, pero pude llegar sin contratiempos a la puerta de entrada del Campamento Base. Este aviso es claro y explícito. Enumera las normas principales que se deben acatar a partir de ese momento. (Foto Alexander García).
TERCER DÍA
Detrás de
mí rostro flagelado por la helada brisa matutina, la imponente y retadora pared
principal del Roraima parece inexpugnable, pero a mí no me asusta. A la izquierda, el rústico refugio pemón cerca de donde acampamos
y pasamos la noche. La mañana estaba tan gélida que no me lavé la cara...
¡Brrrr! Era para tranquilizar locos. Apenas cepillé mis dientes con
desgano y rapidito. Nunca había saboreado de forma tan gustosa la poca
pasta dental que quedó atrapada dentro de mi boca. (Autofoto Diego Fortunato).
Esta
es la cima que debemos conquistar. Son apenas las ocho y cuarto de la mañana.
El clima es maravilloso. No hay nubes ni amenaza de lluvia.Comenzaremos a subir por La rampa, una hendidura natural que está en la pared o farallón izquierdo del tepuy. (Foto Diego Fortunato).
Aquí empieza la diversión en grande y, por supuesto, el cansancio. Hay que subir en paz, sin apuro. Si lo haces, el camino no se te hará tan espinoso. ¡Mentalízate! Estás en terrenos de El Creador y nada te sucederá. (Autofoto Diego Fortunato).
Hernando Ochoa en otro borde del primer abismo de La rampa. La exuberante vegetación parece querer arroparlo y protegerlo. (Foto Arturo Ochoa).
VIENE EL CHAPARRÓN
Al fondo, entre las rocas, la pared blanquecina que tiene dos concavidades circulares, es La pagoda china vista desde el hotel El indio. (Foto Diego Fortunato).
Diego Fortunato al contraluz. Al fondo el copete del Kukenán. (Foto Tony Rodríguez).
VIENE LO MEJOR... ¡EXPLORAR LA CIMA!
A este escarabajo haciendo el amor lo bauticé en broma Fortunatorum
acorazadum roraimae (Coleoptera). Como se sabe, existen más 375.000
especies de coleópteros descritos en todo el mundo, pero la más grande variedad
está en suelo tropical y, por supuesto, en la Gran Sabana y el Amazonas. Se
asemeja mucho a un cupépido, una de les familias más primitivas de
coleópteros. (Lo que viene es tomado de Wikipedia). Durante el Mesozoico los
coleópteros alcanzaron una gran diversificación. En el Triásico los Archostemata eran
el grupo dominante, pero ya es posible distinguir auténticos Adephaga y
algunos Polyphaga (Hydrophilodea,
¿Una raíz, un fósil? No lo sé. Hay que
estudiarlo. Pero, definitivamente, el animalito en la piedra es algo extraño. (Foto Diego Fortunato).
Pésima autofoto celular (un pequeñito Nokia analógico) con el perfil del Cacique Roraima. Por esta zona fotografíe a un duende, pero la foto misteriosamente desapareció de entre mis archivos. Si aparece la publico. (Fotocelular congelado Diego Fortunato).
Excepcional imagen de Arturo Ochoa sobre El perfil de la joroba o El perfil encorvado en la zona de los abismos. (Foto Hernando Ochoa).
Hernando parece estar volando hacia uno de los abismos. El efecto es aún más alucinante en época de lluvias porque debajo de la roca se forma un gran pozo de agua, dando una sensación de vacío espeluznante. (Foto Arturo Ochoa).
Los misterios de la naturaleza sobrepasan cualquier ley de la física. Muchos se preguntarán cómo se sostiene y se ha sostenido a través de millones de años La gran tortuga. Muchos dirán, como Arquímedes, dádme un punto de apoyo y os moveré el mundo. Aunque este no es el caso vale recordarlo por El equilibrio de las cosas perfectas, un ensayo que escribí en mis tiempo mozos. (Foto Hernando Ochoa).
Nos levantamos muy temprano en la mañana. Soñábamos con estar en la cima del
Roraima lo antes posible, aunque ese, en verdad, no fue el único motivo para
que madrugáramos. Esa noche sentimos el verdadero frío de la montaña. Acampamos
al pie del tepuy, muy cerca de una de sus paredes verticales, y el frío se nos metió por los huesos. Por si fuese poco, la
humedad y los vientos parecían tener la funesta intención de arrancar de cuajo nuestras
carpas pese a que las habíamos anclado sólidamente. En esas condiciones pocas
personas concilian el sueño. No obstante, y en honor a la verdad, debo confesar
que dormí profundamente, como un niño. Quizás fui el único. Muy pocas cosas me quitan el
sueño y allí no había motivos para que eso sucediese. Además, me encanta
dormir. Soy un dormilón de primera. Mis madrugadas comienzan a las ocho de la
mañana. Soy así desde pequeño y sigo igual. A veces creo que el invento más
grande de la humanidad no fue la rueda, sino la cama. Allí se descansa, sueña,
come, tejen ilusiones y todo lo demás rico y excitante que ustedes piensan, pero que no describiré.
Fue por eso que, como siempre, fui el último en despertar.

EL MANANTIAL
En la Base todo es silencio. Tanto de día como de noche. No se escucha nada. Siquiera una lechuza o rana extraviada. En otros sectores de la Base había más de media docena de carpas, no obstante sólo se oía el ruido de nuestras propias voces y pasos.
Cerca de la rústica construcción donde acampamos pasa un arroyuelo que nace en lo alto montaña. Es pequeño, pero veloz. Probablemente su implacable e indetenible carrera se deba a que va raudo a alimentar las aguas de los ríos Kukenán y Ték. Un pequeño pozo que se forma a uno de sus lados es el lavamanos de todos los excursionistas que están en el campamento. No está cerca de tu carpa ni tampoco a dos pasos. Está a unos cincuenta metros distancia. Primero hay que caminar hasta un improvisado puentecillo hecho con finos troncos de árboles que tiene a su derecha una pared de arbustos que parecen proteger de cualquier resbalón o caída, pero no es así. No te confíes, porque si te agarras de algunas de sus ramas podrías precipitarte hasta el fondo del manantial y caer en sus gélidas aguas, sin contar con el trancazo que te darás sobre las piedras. No te fíes. Podría convertirse en una peligrosa trampa.
Al pasar el puentecillo a la izquierda está la poza-lavabo. Tienes que arrodillarte sobre un terreno fangoso para tener acceso al pequeño pozo de agua cristalina que se formó en esa parte del arroyo. El agua se ve pura, sana, pero demasiado fría para mis gustos. Confesaré que no me lavé la cara, pero sí cepillé los dientes. Luego rellené mi cantimplora con suficiente agua clara y fui con los otros.
Desayunamos corn flakes con leche y, al terminar, la avanzada del grupo salió rumbo a La rampa por un caminito que hay entre el follaje. Como siempre, yo salí de último. Dejé a Tony y Alexander recogiendo la carga (provisiones, cocinilla, platos, su carpa y demás avíos) y partí solo a mi encuentro con el Roraima. No había problemas, porque ellos después me alcanzarían. Los pemones son una estirpe agraciada por Dios. Tienen resistencia de un toro y piernas de león. Y, si era por mí, ningún problema. No le temo a nada. Lo he demostrado en mis combates por la vida. A mis hijos les he enseñado a no temer. Les he dicho que sean optimistas y positivos y que tengan una montaña de fe en el Altísimo y siempre, a flor de labios, la frase Dios está conmigo, no temeré. Unos me hacen caso, otros no. No todos somos iguales.


LA RAMPA NO ES UN JUEGO DE NIÑOS
Al principio, La rampa parece un juego de niños, pero a medida que se avanza se pone ruda, espinosa. Son 2,5 km. de subida pero parecen cinco. La rampa es una hendidura natural que va pegada a una de las paredes del tepuy. La izquierda, para ser más precisos, si miras a la montaña de frente y hacia el este. Es el único sitio, a todo lo largo y ancho del Roraima, por donde se puede ascender a pie. No hay otra ruta para llegar caminando a su cima.
La tarde del 18 de diciembre de 1884 los primeros en subir por La rampa, establecer esa única ruta y conquistar la cima, fueron los ingleses Everhard Im Thurn y Harry I.Perkins durante una expedición organizada por la Royal Geographical Society de Londres. Estuvieron acompañados por un grupo de indígenas pemones arekunas. (Ese año para los arekunas que subieron no hubo hallacas, dijo una vez en broma un humorista indígena de Uroi Uarai).
Es un terreno abrupto y con un alto grado de inclinación. Se marcha sobre restos de rocas desprendidas del tepuy. Vaya despacio. No hay apuro. El Roraima no se moverá. ¡Lo esperará!
Además de la inclinación del terreno, hay partes muy húmedas y resbaladizas, como en El paso de las lágrimas. Antes de remontarlo póngase el impermeable y asegúrese de que sus cosas dentro del morral estén bien protegidas para que lleguen secas a la cima. Eso es muy, pero muy importante, porque arriba no se le secará nada y con ropa mojada corre el peligro de enfermarse.
Así de abrupto es gran parte del sendero llamado La rampa. Tengan mucho cuidado y sentido común al bajar y no se confíen de ninguna piedra o roca por más grande que sea y evite guijarros y el terrenos arenosos. Es cuando suceden la mayoría de los accidentes. Las fotos son pésimas porque fueron tomadas con la camarita del celular. El frío había dejado en cero, caput, la pila de mi cámara grande. Al menos las imágenes sirven de referencia para el nuevo escalador. (Foto Diego Fortunato).
En esta foto se puede apreciar el grado de inclinación de La rampa. Como ven, no es un juego de niños y son 2.5 kilómetros de ascenso. Hay que subir al ritmo de los impulsos cardíacos y evitar forzar la barra, de otra manera lo mínimo que puede sucederle es un desmayo por falta de oxígeno o taquicardia. (Foto Hernando Ochoa).
A este tronco en el camino lo bauticé como La pasión del lagarto,
ya que semeja un lagarto o Dragón de Comodo petrificado por el tiempo
en plena faena reproductiva, o sea copulando. Sus dos patas traseras están
tan estiradas, que debe estar llegando al clímax... ¡Qué frenesí! (Fotocelular Diego Fortunato).
Otra imagen de La rampa. ¿Saben cuál es la planta
frondosa de la derecha? Pues nada más y nada menos que una
Brocchinia tatei (Bromeliaceae), que a diferencia de su pariente,
la Brocchinia reducta, que es insectívora cuando necesita
complementar su dieta, la tatei crece formando en sus hojas
amplias rosetas de color amarillo verdoso. Es endémica del Roraima.
El tallo es rico en nutrientes y si te lo chupas y masticas mitiga el hambre
y la sed. (Fotoceluar Diego Fortunato).
La misma foto de arriba, pero esta vez en la modalidad de autofoto. (Foto Diego Fortunato).
tan estiradas, que debe estar llegando al clímax... ¡Qué frenesí! (Fotocelular Diego Fortunato).
NO CONFÍE EN NINGUNA PIEDRA
Si no sabe manejar el par de bastones de trekking a la perfección no lleve los dos, sino uno. Deje siempre una mano libre para cualquier eventualidad. Otra cosa, y es muy importante, no confíe en ninguna piedra por más grande o chiquita que sea. Trate siempre de pisar terreno firme y evitar la grava, los guijarros, porque corre peligro de resbalar y caer. Y recuerde: haga el descenso con mucha precaución. Es donde ocurren la mayoría de los accidentes. Baje con mucha cautela y será feliz.
Durante todo el ascenso por La rampa verá una hermosa y exuberante vegetación, la cual alberga muchas plantas y especies endémicas del Roraima.
Otra imagen de La rampa. ¿Saben cuál es la planta
frondosa de la derecha? Pues nada más y nada menos que una
Brocchinia tatei (Bromeliaceae), que a diferencia de su pariente,
la Brocchinia reducta, que es insectívora cuando necesita
complementar su dieta, la tatei crece formando en sus hojas
amplias rosetas de color amarillo verdoso. Es endémica del Roraima.
El tallo es rico en nutrientes y si te lo chupas y masticas mitiga el hambre
y la sed. (Fotoceluar Diego Fortunato).
La misma foto de arriba, pero esta vez en la modalidad de autofoto. (Foto Diego Fortunato).
IR LENTO, PERO SEGURO
Son muy pocos los lugares extremadamente peligrosos y expuestos al abismo. No se preocupe y avance, como dicen los pemones, lento, pero seguro. Sólo debe mirar hacia adelante, estar seguro de sí mismo, como ya dije, y tener un buen punto de apoyo y utilizar el bastón de trekking o cualquier palo que consiga en el camino que haga la misma función. Es muy útil. (En Paraitepuy de Roraima, los caminantes que regresan del Roraima siempre ofrecen o dejan sus palos recostados de una pared cercana a la oficina de Inparques para que los tome y utilice quienquiera. No cuestan nada y son muy útiles y necesarios).
Algunos expertos dicen que la caminata desde la Base a la cima es
de tres horas. Yo digo que se emplean, mínimo, cinco horas. Son 2,5 y quizás
más kilómetros de recorrido rudo, en subida rocosa y si llevas un morral con un
peso mayor del establecido (10% o 15%, máximo, de tu peso corporal), no creo
que sea posible establecer la marca de tres horas. Quizás para un avezado
pemón sea pan comido y lo haga en ese tiempo, pero no
cualquier excursionista común y corriente. En la gráfica parte del grupo
tomando un respiro. En primer plano, Diego Fortunato y Arturo Ochoa. Atrás,
asomando apenas la cabeza, Yeraldynne Silva. Abajo Anderson Castro y Luis
Silva. La pequeña mancha azul que se ve al fondo, sobre el inmenso verde de la
sabana, a la izquierda de la foto, corresponde al techo de una de las grandes
carpas "no movibles" que los pemones arriendan en
el Campamento Base. (Foto Hernando Ochoa).
Otra toma de Hernando Ochoa. Aquí cerca de un pequeño manantial. Seguramente el mismo que corre hacia el Campamento Base, donde nos lavamos la cara (yo no) y cepillamos los dientes. Es un pequeño descanso nivelado, sin pendientes, y está a unos trescientos metros del Campamento Base. (Foto Hernando Ochoa).
Una gran roca estaba por "desprenderse". Hernando nos pidió que hiciéramos un sobrehumano esfuerzo para volverla a encajar en su sitio y nosotros obedecimos. Por supuesto, es una broma. Simplemente un motivo más para reírnos y tomar la gráfica. (Foto Hernando Ochoa).
Mi morralote quería descansar y yo lo complací. (Foto Hernando Ochoa).
Otro pequeño manantial de los tantos que brotan de las entrañas
del Roraima. Esos helechos que se ven un poquito más arriba de mi gorra,
del Roraima. Esos helechos que se ven un poquito más arriba de mi gorra,
corresponden a la planta más antigua del mundo y, por supuesto,
tiene más de 3400 millones de años de antigüedad. En muchos lugares
del Roraima pueden observarse bosques de antiguos
helechos arborescentes, como la Cyathea sp. (Cyatheales)
de hasta cuatro metros de altura, como el de la foto de abajo.
Cyatheales es el nombre de un taxón de helechos perteneciente
a la categoría taxonómica. (Foto Hernando Ochoa).
Helechos arborescentes como este
podrás ver si levantas un minuto la vista
y dejas de correr en tu afán por llegar a la cima.
podrás ver si levantas un minuto la vista
y dejas de correr en tu afán por llegar a la cima.
Algunos crecen hasta medir cuatro metros de altura.
EL PASO DEL PELIGRO
Personalmente a mí me causa más impresión el llamado Paso del peligro que cualquier otra cosa en la montaña. Queda mucho antes de llegar a otro paso, el de las lágrimas, y no es más que un montón de silenciosas rocas desprendidas de la cima del Roraima hace millones de años, según dicen. Hasta cierto punto eso es verdad, pero hay otra "verdad" oculta. Muchas de las gigantescas rocas que están en el suelo no cayeron durante la Era Precámbrica sino hace poco tiempo. Los recién tapizados arbustos y árboles vecinos así lo evidencian. Los verdes rastrojos y pequeños árboles que yacen bajo su peso indican que las rocas se desprendieron recientemente, quizás ayer, y no hace milenios. Cuando estoy por esos predios apuro el paso por eso, sólo por eso. Pero si me llegó el día, ni que corra sobre ellas como un guepardo (o chita, felino que alcanza velocidades máximas entre 112 a 120 km/h.) me salvaría. Todo hay que tomarlo con calma, paz, seguridad en sí mismo y mucha fe. Y esta recomendación no vale sólo para el Roraima, si no para toda la vida y para enfrentar los avatares que nos tiene reservados.
Otro pequeño alto. Al lado de donde está sentado Luis Silva (de espaldas, franela azul y gorra parda), está precisamente un helecho arborescente de la familia Cyathea sp. A la izquierda hay otra, pero más pequeña. Lo curioso de esta foto es que mis amigos estaban descansando precisamente en un recodo del Paso del peligro, al que los pemones (al igual que yo), le tienen mucho respeto porque constantemente se desprenden grandes rocas desde la cima del Roraima. Ellos no lo sabían, por eso se ven tan tranquilos. No pude avisarles porque estaba rezagado, quizás a unos cincuenta metros o más de donde se encontraban. (Foto Hernando Ochoa).
Con el sombrero vaquero de Hernando Ochoa ceñido en la
cabeza, admiro el paisaje que se abre a mis pies desde el primer abismo con el
que el viajero se topa a su paso por La rampa. Señalo hacia el
Campamento Base. Fíjense en la vegetación que está a mí lado. La de flores es
la Stegolepis guaianensis (Rapatoceae) un género endémico de muchos
tepuyes de la Gran Sabana. (Foto Hernando Ochoa).
Hernando Ochoa en otro borde del primer abismo de La rampa. La exuberante vegetación parece querer arroparlo y protegerlo. (Foto Arturo Ochoa).
VIENE EL CHAPARRÓN
El paso de las lágrimas es
llamado así porque mientras se camina por el sendero desde la cima del tepuy
caen profusas y grandes gotas de agua que muchos confunden con lluvia, pero no
es así. No se está desatando ningún temporal. No es lluvia sino las escarchas o
rocío (tipo chaparrón) de agua que proviene de una cascada que nace en la
cumbre del Roraima y que se mueve al vaivén del viento que sopla en la cima. La
cascada está lejana, pero el viento transporta el rocío que cae sobre los excursionistas
como grandes lágrimas, de ahí el nombre del paso. Los días de poco viento el
chaparrón (las lágrimas) será suave. Si los vientos son fuertes, el pequeño y
efímero temporal también. Si tiene su morral protegido no hay porque apurarse
ni mortificarse. Es mejor mojarse que resbalar y caer. Recuerde que en El
Paso ascenderá sobre rocas mojadas y muchas de ellas muy resbaladizas. Las
que están pegadas a la pared del tepuy son las más peligrosas porque están
llenas de limo (légamo), el cual reconocerá por su coloración verdosa o cuando
se le deslice la bota sobre la roca.
Si lo toma con calma, será un juego de
niños. ¡No se apure!... Prefiera mojarse que caerse. De todas formas, mucho
antes de llegar a la cima el afán de la subida y el sol, harán su trabajo mejor
que una secadora automática. A mí me cayeron tres chaparrones durante la subida
y antes de llegar estaba súper seco. Otra historia es si va en invierno. No
correrá con la misma suerte porque estará lloviendo o lloviznando, de verdad-verdad,
casi todo el tiempo.
Arturo Ochoa está a punto de sobrepasar El paso de las lágrimas. Aparentemente sin mojarse. Le faltan apenas unos pocos metros, aunque allá arriba, en el claro que está al final, cuando el viajero cree que salió incólume, sin que una sola gota de agua lo haya tocado, sorpresivamente cae un tremendo chaparrón que deja totalmente empapado a quien esté a diez metros a la redonda. El agua proviene del rocío de una cascada lanzada al desdén por los fuertes "resoplidos" de los vientos de la cima. (Foto Hernando Ochoa).
Faltaba muy poco para coronar el Roraima. Quizás algo menos de un centenar de pasos, pero la ansiedad y el cansancio nos lo hacía ver lejos, muy lejos. Arturo, en la foto, fue el primero en arribar. (Foto Hernando Ochoa).
LA LLEGADA
LA LLEGADA
Los 2.5 km. de ascenso desde la Base hasta la cumbre del tepuy, sin la menor duda, fue la más ruda pero, igualmente, la más gratificante.
Al llegar, al estar en el
"cerebro" del Roraima y pisar su cabeza
de arenisca y
rocas metamórficas, experimenté una paz indescriptible y recogimiento
espiritual inmenso. Percibía que con cada respiro absorbía un candor celestial.
Fue tanta la emoción, que con mis dos manos abracé una colosal roca y susurré una oración de agradecimiento al Altísimo. Mientras lo hacía, grandes lágrimas brotaron de mis ojos
y estuve a punto de sollozar pero, aunque nadie me observaba, me contuve.
Estaba en La morada de Dios
y eran momentos de alegría y felicidad y no de lloriquear.
Estar en la cumbre del Roraima es como estar en tierras desconocidas, en tierras vírgenes
muy pocos pisadas por el hombre. Es un mundo mágico y maravilloso, donde no sólo
se respira aire puro, sino también el aliento de Dios. La paz de su
silencio casi se puede tocar con las manos. Sólo estás tú y el ruido de tus propios pensamientos que en armonía silente te envuelve en un halo divino, omnipotente.
No en balde los pemones llaman al tepuy
La morada de Dios.
¡Gloria al Creador por permitir a estos humildes mortales entrar en su espacio
divino!
Diego Fortunato sostiene en su mano la ranita
más pequeña del mundo. Son tan difíciles de hallar y fue lo primero
que
encontramos en la cima (en realidad la avistó el experto y educado ojo de nuestro guía
Tony).El nombre científico de la ranita es Oreophrynella quelchi y es endémica del Roraima. eso quiere decir que la ranita no existe en ninguna otra
parte del planeta. Es totalmente negra, aunque su vientre es anaranjado. Cuando se asustan se quedan
inmóviles
(Se hacen las muertas, afirman los pemones) o se enrollan formando pequeñas bolitas negras. Al percibir presencia extraña, buscan esconderse en pequeñas cavidades abiertas en la roca o en el fondo del pozo de agua donde nadaban. Antes de dejarla en la poza donde la hallamos, le di un
suave beso de agradecimiento por dejarse sostener plácidamente en mi mano. (Nota personal: No
estoy tan demacrado ni arrugado como se aprecia en la
foto. Es sólo efecto del gran angular de la cámara de Hernando. Eso sí, tenía días sin rasurarme. Lo
hice
la mañana siguiente). (Foto Hernando Ochoa).
EL HOTEL EL INDIO
Después
de toparnos con la ranita más pequeña del mundo, hicimos un pequeño paseo de
reconocimiento. O, como dicen los militares, una rápida
barrida de terreno.
Todos se extasiaron con el espectacular
panorama milenario que brinda la cima del Roraima y sus laberintos de senderos
“dibujados” sobre rocas metamórficas. Nos hubiese gustado estar horas admirando
y tocando todo lo que encontrábamos a nuestro paso, pero tuvimos que
suspenderlo. El sol corría veloz hacia su ocaso y la noche pronto nos
cobijaría con su manto de estrellas.
Decidimos apurar el paso e ir hacia El
indio, nuestro
hotel, y "registrarnos". En el Roraima y otros tepuyes se les llama hoteles a
especies de cuevas o cavernas milenarias esculpidas en las rocas por la
erosión. Son muy cómodas y, lo mejor, protegen de los elementos. El
indio es
un pequeño hotel y puede albergar no más de ocho personas. Los hay más grandes,
como el Basilio,
Sucre y Guácharo, con
una capacidad de doce a catorce personas. También están otros medianos, como el Principal, Uno, Jacuzzi, San
Francisco y Coatí,
este último es grande y está vía La proa,
en territorio brasileño.
Antes de que la noche nos atrapase, me reaprovisioné de agua en esta pequeña laguna. (Fotocelular Tony Rodríguez).-
Cuando
llegamos cerca de El
indio ya había
oscurecido. El suelo estaba fangoso pero pasamos los charcos sin problemas. Mientras
armábamos las carpas, Tony y Alexander subieron al “segundo piso” donde está
una amplia cocina y se dispusieron a preparar una suculenta la cena. Momentos
antes, en una saliente rocosa que está al lado izquierdo, fuera del techo del hotel,
habían armado su carpa. Por ese lado también están “los baños”. Hay que
tener cuidado cuando se necesita hacer uso de ellos porque para llegar hay que
dar un pequeño salto y allí el que resbala pierde… Aclaro.
No es peligroso buscar un lugar donde agacharse y hacer sus cosas,
porque por ahí no hay ni hormigas. El problemita es que para tener acceso a
“los baños” se debe pegar un brinquito firme y sólido y tener buen aguante de
piernas. De otra forma, no quiero siquiera imaginarme qué ocurriría porque a un
lado hay un precipicio. Por lo demás, “los baños” son cómodos. Hay buena
cantidad de ellos y excelente privacidad. A mi tocó uno súper limpio, sin malos
olores y, lo mejor, es que alguien que estuvo antes que yo por ese lugar dejó
en una repisa de la roca una botellita pequeña de plástico, de esas que alguna
vez tuvo en su interior 500 cc. de agua. ¡Mejor imposible! La tomé por el fondo
y con el pico escarbé sobre la suave arenisca un pequeño hoyo donde deposité el
almuerzo y parte de la cena del día anterior. Por supuesto, que había llevado
mi buen rollo de papel toilette protegido dentro de una bolsa plástica, de esas
de automercado. ¡IMPORTANTE! Proteja
su papel toilette (tanto de lluvia como de los pedilones)
como si fuese el tesoro más preciado de la sabana. Tómese todo el tiempo
necesario. Tenga calma. En ese universo divino no hay que apurarse para nada ni
por nada. Para terminar esta nota, les diré que hice mi cosas en paz (como si
hubiese estado en un hotel cinco estrellas), me limpié muy bien, subí los
pantalones y con el mismo pico de la botellita plástica tapé a la perfección,
casi herméticamente, el pequeño agujero con la caca… ¡Uf, qué alivio se
siente!... Definitivamente, defecar es un placer tan grande como el de comer. (Nota:
Gracias a mi perfecto aparato digestivo y excelente funcionamiento
gastrointestinal, no dejé, siquiera un día, de ir al baño).
Culminada mi faena intestinal, regresé por el
mismo camino por el que había andado y fui hasta “el comedor” del hotel El
Indio, en el “segundo piso”, donde estaban mis amigos degustando un
humeante y sabroso té preparado por Alexander.
Mientras la noche seguía cayendo lentamente
cada uno de nosotros volvimos a nuestras tareas. Seleccionamos meticulosamente
lo que nos deberíamos llevar para el recorrido del día siguiente y chequeamos
nuestro equipaje para asegurarnos de que todo estaba orden y seco. Lo más
importante es que la ropa y el saco de dormir estén bien secos.
Alexander
mira hacia la inmensidad y medita. Está sentado en la cocina del Hotel El Indio. A su espalda
está el nicho donde se instala
"el fogón" (cocinilla de kerosene). (Fotocelular Diego Fortunato).
Tony y Alexander seguían preparando la cena,
la cual consistía en un rico risotto de
carne deshidratada y estupendamente aliñada. No sé qué le echaron, pero estaba
exquisito. No sé tampoco si mi valoración sobre el rico manjar fue “manipulada”
por el hambre que tenía. Lo cierto es que estaba divino. Nadie dejó siquiera un
granito de arroz en el plato.
Después de comer, como si una mano invisible
hubiese tocado una campanilla de internado, nos fuimos todos a dormir. Era las
nueve de la noche. Estábamos cansados y queríamos reposar, pero ¡no! Un intruso
no nos dejó conciliar el sueño. Un intruso muy incómodo, al que no se puede
ahuyentar ni espantar: ¡el frío!
Todos estuvimos retorciéndonos en nuestros
sacos de dormir y acomodándonos lo mejor posible en las mantas térmicas para
sacudir el frío. Era una misión imposible. Al final y ni sé a qué hora, al fin
me pude dormir. No sé si los demás. Al día siguiente me dijeron que roncaba
como un oso. ¡Qué bien! Eso significa que dormí profundo. Además, descansé
excelentemente bien ya al día siguiente estaba súper activo y con ganas de correr.
Durante el desayuno, los que tenían reloj inteligente con
termómetro y demás cosas incorporadas, manifestaron que en la noche la
temperatura bajó a 1.5º C… ¡Brrrr!
ADVERTENCIA IMPORTANTE
Si en
las noches tiene ganas de hacer pipí (como la tenemos todos y mucho más cuando el frío cala los huesos), no se aventure a
salir de su carpa sin una linterna y bien despierto para saber dónde pisa y
evitar meterse un porrazo con la repisa de la roca (que pega bien duro, lo sigo
por experiencia) y estar atento con los farallones cercanos.
Se los digo en serio, no es ninguna broma.
Tómenlo en cuenta, aunque, estoy seguro que, con ese frío, lo pensarán más de
una docena de veces antes de abandonar la protección y seguridad de su carpa,
saco de dormir, manta térmica y demás. Recomendable es tener dentro de la carpa
una botellita plástica desechable complementaria y, por supuesto vacía, y hacer
pis dentro de ella en las noches. La idea es buena, lo que pasa es que a todos
se les olvida o les da fastidio andar de aquí y allá durante seis o siete días
con una botellita hedionda a orine dentro de su morral. Bueno, esa
recomendación era exclusivamente para los hombres. Las mujeres no sé cómo
harán… ¡Tendrán que llevarse una bacinilla dentro del morral!
De cualquier manera, lo mejor es aguantar. La
vejiga no estallará en mil pedazos… Lo sé por experiencia propia. También sé
que las ganas de orinar trastornan y atormentan el sueño… ¡Paciencia!
Después
de toparnos con la ranita más pequeña del mundo, hicimos un pequeño paseo de
reconocimiento. O, como dicen los militares, una rápida
barrida de terreno.
Todos se extasiaron con el espectacular
panorama milenario que brinda la cima del Roraima y sus laberintos de senderos
“dibujados” sobre rocas metamórficas. Nos hubiese gustado estar horas admirando
y tocando todo lo que encontrábamos a nuestro paso, pero tuvimos que
suspenderlo. El sol corría veloz hacia su ocaso y la noche pronto nos
cobijaría con su manto de estrellas.
Decidimos apurar el paso e ir hacia El
indio, nuestro
hotel, y "registrarnos". En el Roraima y otros tepuyes se les llama hoteles a
especies de cuevas o cavernas milenarias esculpidas en las rocas por la
erosión. Son muy cómodas y, lo mejor, protegen de los elementos. El
indio es
un pequeño hotel y puede albergar no más de ocho personas. Los hay más grandes,
como el Basilio,
Sucre y Guácharo, con
una capacidad de doce a catorce personas. También están otros medianos, como el Principal, Uno, Jacuzzi, San
Francisco y Coatí,
este último es grande y está vía La proa,
en territorio brasileño.
Antes de que la noche nos atrapase, me reaprovisioné de agua en esta pequeña laguna. (Fotocelular Tony Rodríguez).-
Cuando
llegamos cerca de El
indio ya había
oscurecido. El suelo estaba fangoso pero pasamos los charcos sin problemas. Mientras
armábamos las carpas, Tony y Alexander subieron al “segundo piso” donde está
una amplia cocina y se dispusieron a preparar una suculenta la cena. Momentos
antes, en una saliente rocosa que está al lado izquierdo, fuera del techo del hotel,
habían armado su carpa. Por ese lado también están “los baños”. Hay que
tener cuidado cuando se necesita hacer uso de ellos porque para llegar hay que
dar un pequeño salto y allí el que resbala pierde… Aclaro.
No es peligroso buscar un lugar donde agacharse y hacer sus cosas,
porque por ahí no hay ni hormigas. El problemita es que para tener acceso a
“los baños” se debe pegar un brinquito firme y sólido y tener buen aguante de
piernas. De otra forma, no quiero siquiera imaginarme qué ocurriría porque a un
lado hay un precipicio. Por lo demás, “los baños” son cómodos. Hay buena
cantidad de ellos y excelente privacidad. A mi tocó uno súper limpio, sin malos
olores y, lo mejor, es que alguien que estuvo antes que yo por ese lugar dejó
en una repisa de la roca una botellita pequeña de plástico, de esas que alguna
vez tuvo en su interior 500 cc. de agua. ¡Mejor imposible! La tomé por el fondo
y con el pico escarbé sobre la suave arenisca un pequeño hoyo donde deposité el
almuerzo y parte de la cena del día anterior. Por supuesto, que había llevado
mi buen rollo de papel toilette protegido dentro de una bolsa plástica, de esas
de automercado. ¡IMPORTANTE! Proteja
su papel toilette (tanto de lluvia como de los pedilones)
como si fuese el tesoro más preciado de la sabana. Tómese todo el tiempo
necesario. Tenga calma. En ese universo divino no hay que apurarse para nada ni
por nada. Para terminar esta nota, les diré que hice mi cosas en paz (como si
hubiese estado en un hotel cinco estrellas), me limpié muy bien, subí los
pantalones y con el mismo pico de la botellita plástica tapé a la perfección,
casi herméticamente, el pequeño agujero con la caca… ¡Uf, qué alivio se
siente!... Definitivamente, defecar es un placer tan grande como el de comer. (Nota:
Gracias a mi perfecto aparato digestivo y excelente funcionamiento
gastrointestinal, no dejé, siquiera un día, de ir al baño).
Culminada mi faena intestinal, regresé por el
mismo camino por el que había andado y fui hasta “el comedor” del hotel El
Indio, en el “segundo piso”, donde estaban mis amigos degustando un
humeante y sabroso té preparado por Alexander.
Mientras la noche seguía cayendo lentamente
cada uno de nosotros volvimos a nuestras tareas. Seleccionamos meticulosamente
lo que nos deberíamos llevar para el recorrido del día siguiente y chequeamos
nuestro equipaje para asegurarnos de que todo estaba orden y seco. Lo más
importante es que la ropa y el saco de dormir estén bien secos.
Alexander
mira hacia la inmensidad y medita. Está sentado en la cocina del Hotel El Indio. A su espalda
está el nicho donde se instala
"el fogón" (cocinilla de kerosene). (Fotocelular Diego Fortunato).
Tony y Alexander seguían preparando la cena,
la cual consistía en un rico risotto de
carne deshidratada y estupendamente aliñada. No sé qué le echaron, pero estaba
exquisito. No sé tampoco si mi valoración sobre el rico manjar fue “manipulada”
por el hambre que tenía. Lo cierto es que estaba divino. Nadie dejó siquiera un
granito de arroz en el plato.
Después de comer, como si una mano invisible
hubiese tocado una campanilla de internado, nos fuimos todos a dormir. Era las
nueve de la noche. Estábamos cansados y queríamos reposar, pero ¡no! Un intruso
no nos dejó conciliar el sueño. Un intruso muy incómodo, al que no se puede
ahuyentar ni espantar: ¡el frío!
Todos estuvimos retorciéndonos en nuestros
sacos de dormir y acomodándonos lo mejor posible en las mantas térmicas para
sacudir el frío. Era una misión imposible. Al final y ni sé a qué hora, al fin
me pude dormir. No sé si los demás. Al día siguiente me dijeron que roncaba
como un oso. ¡Qué bien! Eso significa que dormí profundo. Además, descansé
excelentemente bien ya al día siguiente estaba súper activo y con ganas de correr.
Durante el desayuno, los que tenían reloj inteligente con
termómetro y demás cosas incorporadas, manifestaron que en la noche la
temperatura bajó a 1.5º C… ¡Brrrr!
ADVERTENCIA IMPORTANTE
Si en
las noches tiene ganas de hacer pipí (como la tenemos todos y mucho más cuando el frío cala los huesos), no se aventure a
salir de su carpa sin una linterna y bien despierto para saber dónde pisa y
evitar meterse un porrazo con la repisa de la roca (que pega bien duro, lo sigo
por experiencia) y estar atento con los farallones cercanos.
Se los digo en serio, no es ninguna broma.
Tómenlo en cuenta, aunque, estoy seguro que, con ese frío, lo pensarán más de
una docena de veces antes de abandonar la protección y seguridad de su carpa,
saco de dormir, manta térmica y demás. Recomendable es tener dentro de la carpa
una botellita plástica desechable complementaria y, por supuesto vacía, y hacer
pis dentro de ella en las noches. La idea es buena, lo que pasa es que a todos
se les olvida o les da fastidio andar de aquí y allá durante seis o siete días
con una botellita hedionda a orine dentro de su morral. Bueno, esa
recomendación era exclusivamente para los hombres. Las mujeres no sé cómo
harán… ¡Tendrán que llevarse una bacinilla dentro del morral!
De cualquier manera, lo mejor es aguantar. La
vejiga no estallará en mil pedazos… Lo sé por experiencia propia. También sé
que las ganas de orinar trastornan y atormentan el sueño… ¡Paciencia!
Este es el famoso hotel El Indio. No es cinco estrella, pero
vale por dos de ellos. Te protege de los vientos y algo del frío. ¿Qué más
necesitas en La morada de
Dios? Arriba, donde estamos degustando un rico té preparado por Alexander,
es el comedor principal. Está en el “segundo piso”. Abajo, donde se ven esos
hermosos y milenarios helechos muy verdes, están las habitaciones, que es donde
acampamos. Por cierto, a la derecha, donde cuelga de una piedra mi impermeable
rojo y apenas se ve mi cabecita, es por donde se sube a los baños. Podría
decirse casi en el “tercer piso” del hotel. En el Roraima y otros tepuyes se
llaman hoteles a especies de cavernas y concavidades
rocosas compuestas de enormes repisas en forma de techo, las cuales son usadas
para acampar y protegerse de los elementos.
(Foto Hernando Ochoa).
(Foto Hernando Ochoa).
Diego Fortunato enarbolando la bandera de Venezuela. Fue un acierto que alguien haya pensado (yo) en llevarla. Nuestro hotel luce señorial. (Foto Hernando Ochoa).
La caverna que se ve arriba, en el centro de la roca, entre
Anderson y yo (Diego Fortunato) es el hotel El
indio. Entre los arbustos
asoman los penachos de nuestras carpas. La verde, a la izquierda, es la de
Hernando, Arturo y Anderson. La azul de la derecha es la de Luis y su hermana
Yeraldynne y, la mía, por ser la más pequeña y estar metida en el fondo de la
gruta, no se ve. Casi toda la vegetación que está cerca de nuestros pies son
endémicas del Roraima y datan de más de tres mil millones de años de
antigüedad. (Foto Hernando
Ochoa).
Al fondo, entre las rocas, la pared blanquecina que tiene dos concavidades circulares, es La pagoda china vista desde el hotel El indio. (Foto Diego Fortunato).
Detalle de La pagoda
china. (Foto Diego Fortunato).
Diego Fortunato al contraluz. Al fondo el copete del Kukenán. (Foto Tony Rodríguez).
VIENE LO MEJOR... ¡EXPLORAR LA CIMA!
CUARTO DÍA
Otra noche gélida. Según los “controladores
del tiempo” de la expedición, la temperatura se mantuvo estable en 1.7ºC durante
casi toda la noche. Dos décimas por encima de la anterior, pero igualmente
insoportable. Más si no se tienen lo implementos necesarios para evitarlo, los
cuales recomendamos en la primera página del blog www.gransabanayroraima.blogspot.com
Después de asearnos y degustar un
suculento desayuno compuesto por avena caliente con leche, nos dispusimos a preparar la
retirada.
Mientras terminábamos de levantar
el campamento, Hernando, Arturo y Anderson fueron hacia El Abismo y La ventana
para ver si lograban imágenes mejores, sin tanta niebla como las que habían captado
el día anterior. Lo lograron. La Providencia estaba de nuestro lado. A las
nueve la mañana el sol había salido con tanta furia que iluminó la sabana como
si se tratase de millones de reflectores. Sus ignotas y misteriosas faldas en
hermosa reverencia se abrió señorial a los pies del tepuy Madre por lo que
nuestros compañeros captaron espectaculares imágenes.
En su gris verde azulado de las mañanas la sabana se confunde con el cielo y su infinito horizonte. Un espectáculo digno de verse desde la cima del Roraima. (Foto Hernando Ochoa).
Parte de La morada de Dios y la Gran Sabana vista hacia su lado norte. (Foto Hernando Ochoa).-
Adoración y misterio. Nuestro guía Tony Rodríguez deja brotar de lo profundo de su alma sus sentimientos de noble respeto a la montaña y a Dios. (Foto Hernando Ochoa).
Al regresar Hernando de su misión fotográfica, iniciamos el descenso. Por
supuesto, como siempre, me quedé de último. Observando y fotografiando especies vegetales.
Aprovecho la ocasión para recordarles bajar despacio. La
mayoría de los accidentes suceden, precisamente, en la bajada.
Durante el descenso la perspectiva del camino cambia de tal
manera, sea por las sombras o por las nubes y sus reflejos, que apenas se
recuerda haber subido por donde ahora se está bajando. Por supuesto que es el
mismo y único sendero, pero a ojo vista parece diferente. Eso lo hace
más emocionante y espectacular. Es como andar por otro lado siendo el
mismo. Muy surrealista pero, al mismo tiempo, real.
Mientras bajaba y me deleitaba observando la mágica y
ancestral fauna y flora recordé una de las tantas leyendas indígenas que me
contaron sobre el Roraima. Antes de relatarla debo puntualizar
que los primeros pemones, los de los principios de la humanidad, llamaban al
Roraima Madre de todas las aguas
porque en sus alturas nacen numerosas cascadas de agua, fuente de su
subsistencia y alimento de algunos ríos que fluyen y dan vida a los ríos
Orinoco, Esequibo y Amazonas. Sin esos afluentes quizás el Orinoco y el
Amazonas no serían tan caudalosos.
En lengua pemón el nombre Roraima deriva
de la unión de dos palabras: Roro,
que significa Verde azulado e Ima, que traduce gran. Por lo tanto, y según los estudiosos de la lengua pemón, la
traducción literal de Roraima podría ser El
gran verde azulado, refiriéndose, por supuesto a la montaña, o Fecunda madre de los torrentes. Otros
señalan que podría significar Roca rodante.
Sea como sea, lo importantes es que está ahí, esperándonos siempre, para que en
su morada elevemos una oración y gracias al Altísimo por tan magnífico legado.
La leyenda que les prometí, la cual me contaron una noche de invierno en Kumarakapay durante uno de mis primeros viajes a la Gran Sabana, relata que durante el génesis, cuando aún la vida humana no había aparecido sobre la tierra, desde más allá de las nubes, de los confines del universo, descendía un gran árbol verde azulado lleno de frutos y vegetación exuberante en cuyas ramas pastaban en dulce armonía hermosos e inmensos animales. Al pasar el tiempo, sobre sus frondosas ramas apareció el primer hombre y la primera mujer. El inmenso árbol con mansedumbre les prodigó todo lo que querían y de sus entrañas esculpió grandes cavernas para que pudiesen protegerse del frío y los elementos. Su pródiga vegetación les suministraba el abrigo y de pozos llenos de flores cristalinas aguas de vida pura. Pero un día hubo tormenta en los pensamientos de aquellos felices seres, quienes saciados de tanta mansedumbre y belleza, comenzaron a descender desde su cima. Mientras bajaban. el hombre se resistía en abandonar aquel maravilloso edén que había sido su albergue de paz y amor. Tres veces trató de ir atrás, de devolverse sobre sus propios pasos, pero la mujer, las mismas tres veces, le insistió en bajar porque, decía, que al final del árbol habían cosas más sublimes y divinas. Aunque renitente, el hombre se dejó convencer y junto a la mujer pisó la tierra que había al pie del árbol. Al hacerlo, todo oscureció de pronto y tormentas y vendavales, relámpagos y centellas comenzaron a caer desde el cielo y el Árbol de los frutos, aquella gigantesca mole que se perdía entre las nubes, se desprendió del universo infinito y dejó caer toda su copa y frondosas ramas sobre la tierra. Al finalizar la tormenta, sólo quedó un enorme pedazo de su tronco partido bordeando sus raíces. Después de la estruendosa caída, de las ramas y pedazos del Árbol de los frutos se formó la Gran Sabana.
La leyenda que les prometí, la cual me contaron una noche de invierno en Kumarakapay durante uno de mis primeros viajes a la Gran Sabana, relata que durante el génesis, cuando aún la vida humana no había aparecido sobre la tierra, desde más allá de las nubes, de los confines del universo, descendía un gran árbol verde azulado lleno de frutos y vegetación exuberante en cuyas ramas pastaban en dulce armonía hermosos e inmensos animales. Al pasar el tiempo, sobre sus frondosas ramas apareció el primer hombre y la primera mujer. El inmenso árbol con mansedumbre les prodigó todo lo que querían y de sus entrañas esculpió grandes cavernas para que pudiesen protegerse del frío y los elementos. Su pródiga vegetación les suministraba el abrigo y de pozos llenos de flores cristalinas aguas de vida pura. Pero un día hubo tormenta en los pensamientos de aquellos felices seres, quienes saciados de tanta mansedumbre y belleza, comenzaron a descender desde su cima. Mientras bajaban. el hombre se resistía en abandonar aquel maravilloso edén que había sido su albergue de paz y amor. Tres veces trató de ir atrás, de devolverse sobre sus propios pasos, pero la mujer, las mismas tres veces, le insistió en bajar porque, decía, que al final del árbol habían cosas más sublimes y divinas. Aunque renitente, el hombre se dejó convencer y junto a la mujer pisó la tierra que había al pie del árbol. Al hacerlo, todo oscureció de pronto y tormentas y vendavales, relámpagos y centellas comenzaron a caer desde el cielo y el Árbol de los frutos, aquella gigantesca mole que se perdía entre las nubes, se desprendió del universo infinito y dejó caer toda su copa y frondosas ramas sobre la tierra. Al finalizar la tormenta, sólo quedó un enorme pedazo de su tronco partido bordeando sus raíces. Después de la estruendosa caída, de las ramas y pedazos del Árbol de los frutos se formó la Gran Sabana.
Pues esa es la leyenda. Muy
similar a la de Adán y Eva y el pecado original. No hay nada oculto bajo el
sol. Casi todas las religiones y creencias del mundo, cada una en su idioma y manera de contarlo, coinciden y relatan de forma similar el pecado original y la aparición del hombre sobre la
tierra.
EL FAMOSO CARRO MAVERICK
Al arribar a la cumbre del Roraima, uno de
los primeros sitios que visita el excursionista es el famoso Carro Maverick (Maverick rock, para los norteamericanos), que no es otra cosa que
una gran roca que semeja al popular automóvil Maverick que la Ford Motor
Company fabricó entre 1969-1977. Venezuela fue el primer país, en 1969, en producirlos
fuera de los Estados Unidos. Fue un evento de relieve internacional ya que el
mismo Henry Ford II se trasladó a Venezuela (Valencia) para presenciar el lanzamiento
y se trasladó hasta la planta ensambladora en un Maverick Modelo T. El Maverick,
un auto compacto y económico, tanto en su fabricación como en su mantenimiento,
fue diseñado y lanzado al mercado para hacer frente a la creciente y
avasalladora demanda de autos japoneses y europeos. El nombre maverick deriva de una palabra inglesa para
designar a animales de poca importancia. El emblema para identificar el
automóvil fue diseñado para semejar la estilizada cabeza de una vaca Texas Longhorn, una raza de ganado
conocida por sus característicos cuernos, los cuales alcanzan 2,1 m de punta a
punta. El Maverick encontró un éxito comercial histérico en Venezuela, siendo
uno de los compactos más populares ensamblados en el país.
Lo más fascinante del Carro Maverick es que desde su cabeza
(en tiempos soleados), puede verse toda la inmensidad y omnipotencia de la Gran
Sabana, ya que es el punto más alto del Roraima, 2.780 msnm. Es un lugar para
tomar fotos espectaculares y únicas. Pero lo mejor que te sucede al estar
allí, sentado en la gran roca con la vista perdida en la inmensidad, es absorber
y concebir lo pequeño e imperfecto que es el hombre y lo grande que es Dios. Es
un paraje mágico para reflexionar y, si tus sentimientos te lo exigen, llorar.
No te reprimas, deja brotar ese hermoso sentimiento de tus entrañas. ¡Vale la
pena!
Diego Fortunato en el Carro Maverick (Maverick rock), una formación rocosa llamada así porque asemeja a un antiguo carro Maverick de la Ford. Está a 2.780 msnm. y es considerado el punto más alto del Roraima. (Foto Hernando Ochoa).
En uno de los abismos cerca del Carro Maverick. (Foto Hernando Ochoa).
Diego Fortunato en otro de los abismos. Tony le toma una foto mientras Hernando hace lo mismo con los dos. (Foto Hernando Ochoa).
Yeraldynne Silva llegó a la cima fresca como una lechuga. Con una sonrisa en los labios se dispuso a posar para la lente de Hernando. La guerrera tenía mucho frío, por eso me "sacrifiqué" y le cedí mi chaqueta impermeable beige con capucha protectora. (Foto Hernando Ochoa).
Diego Fortunato con Tony Rodríguez, gran amigo y experto guía, en una parte de La Ventana poniendo su piedra de recuerdo sobre el "tótem" del amor y la paz. (Foto Hernando Ochoa).
Esta es la Stegolepis guaianensis (Rapatoceae),
un género endémico de muchos tepuyes. Esta familia se encuentra
también presente en África, confirmando así el vínculo Gondwana
que trato de establecer y precisar, directamente, en Camerún y,
para ser más exacto, con la ciudad de Duala, el centro político
y económico actual del país africano, el cual, creo, estuvo, antes
del Precámbrico, atado, en un beso infinito, a la hoy Santa Elena
de Uairén, en el estado Bolívar, municipio Gran Sabana,
de Venezuela, donde me encuentro en estos momentos.
(Foto Diego Fortunato).
(Foto Diego Fortunato).
Una pequeña colonia de Droseras roraimae,
pequeña planta insectívora endémica del Roraima. Arriba, la de color
verde, es una Brochinnia tatei (Bromeliaceae), endémica de la Guayana.
(Fotocelular congelado Diego Fortunato).

Byrrhoidea, Elateroidea).
Ya había muchas formas acuáticas y dos de las familias (Cupedidae y Trachypachydae) persisten en la
actualidad. Del Jurásico ya se conocen algunos géneros que han
persistido hasta nuestros días (Omma, Tretraphalerus de
la familia Cupedidae) y muchas de las familias actuales de Polyphaga ya
están bien consolidadas (Byrrhidae, Carabidae, Curculiuonidae, Elateridae, Hydraenidae,
etc.). En el Cretácico los Archostemata son
ya mucho menos abundantes y, la mayoría, si no todas las familias actuales ya
existían. Adicionalmente, se conocen muchas familias ahora extinguidas (Coptoclavidae, Liadytidae entre los Adephaga o Praelateridae entre los Polyphaga).(Fotocelular
congelado Diego Fortunato).
Diego Fortunato extasiado por la armonía y el silencio divino del Roraima.
Arriba de su cabeza, en el horizonte de piedras, va veloz La tortuga voladora.
(Foto Tony Rodríguez).
Nada se mueve, siquiera un paja. Sólo se escucha el suspiro del silencio.(Foto Tony Rodríguez).
Una hermosa Heliamphora nutans. (Fotos Diego Fortunato).
Una hermosa Heliamphora nutans. (Fotos Diego Fortunato).
Nutans
Heliamphora es
una especie de planta carnívora pantano nativa
de la zona fronteriza entre Venezuela , Brasil y Guyana , donde crece en varios tepuyes , incluyendo Roraima , Kukenán , Yuruaní , Maringma y Wei Assipu . La nutans Heliamphora fue la primera Heliamphora a ser descrita
y es la especie más conocida. Heliamphora nutans fue descubierto
originalmente en 1839 en el Monte Roraima por los dos hermanos
Robert y Richard Schomburgk , aunque no recogieron muestras
antes de volver a Europa. La planta fue formalmente descrito por
George Bentham en 1840, convirtiéndose en la especie tipo
del género. En 1881, David Burke fue la planta de caza en la misma
área de la Guayana Británica, donde recogió muestras
de la planta y lo introdujo en
de la zona fronteriza entre Venezuela , Brasil y Guyana , donde crece en varios tepuyes , incluyendo Roraima , Kukenán , Yuruaní , Maringma y Wei Assipu . La nutans Heliamphora fue la primera Heliamphora a ser descrita
y es la especie más conocida. Heliamphora nutans fue descubierto
originalmente en 1839 en el Monte Roraima por los dos hermanos
Robert y Richard Schomburgk , aunque no recogieron muestras
antes de volver a Europa. La planta fue formalmente descrito por
George Bentham en 1840, convirtiéndose en la especie tipo
del género. En 1881, David Burke fue la planta de caza en la misma
área de la Guayana Británica, donde recogió muestras
de la planta y lo introdujo en
Inglaterra. (Tomado de Wikipedia).
Esta es la Utricularia
quelchii, planta carnívora endémica
del Roraima y
otros tepuyes. Tiene una pequeña flor roja y crece en
rocas o
bancos de musgo húmedo en los pantanos y los troncos
de los
árboles alrededor de bajos y ramas y, a veces,
en las axilas
de las hojas llenas de agua
de las
bromelias Brocchinia.
Explorar significa ver, oír, olfatear, buscar, analizar, detallar, indagar, descubrir y muchas otras cosas que te llenan de dicha realizadora. (Foto Alexander García).

Yeraldynne Silva, su hermano Luis, y Anderson Castro observan hacia la inmensidad y piensan. (Foto Diego Fortunato).
Aquí con la inmensa tortuga de piedra. Nadie sabe cómo se sostiene ya que está agarrada de un hilito. (Foto Tony Rodríguez).
El guerrero Tony. Incansable, callado y servicial. Aquí, al borde del abismo, recuerda con nostalgia a sus ancestros. (Foto Diego Fortunato).
Sólo bruma, silencio y paz. Tony reposa en la boca del abismo después de la larga caminata. Nada pasará. ¡Dios está con nosotros! (Foto Diego Fortunato).
Alexander García, el otro guerrero pemón, se toma una segunda siesta (la primera fue el Carro Maverick, foto de abajo) mientras los expedicionarios toman fotos y buscan clasificar especies vegetales e insectos. Su reposo no se debía al cansancio. La noche anterior un fuerte dolor de cabeza no le dejó conciliar el sueño. (Fotocelular Diego Fortunato).
EL
VALLE DE LOS CRISTALES
El valle de los cristales es algo fantástico,
casi inverosímil de creer que eso esté sucediendo y siga sucediendo durante
siglos en una apartada montaña del planeta tierra.
Cristales de cuarzo,
grandes y pequeños, en perfecto estado como si se tratase de cientos de miles
de dientes de leche perfectamente esculpidos, brotan de las entrañas de la
tierra, del propio corazón del tepuy, y a través de un arroyuelo se van
depositando en una hermosa playa de fina arena color coral gracias a lo rosado
de la arenisca del terreno del Roraima, y otros en partes blancas como la
nieve. Están a tus pies, a flor de tierra. Los puedes ver, tocar y examinar.
Realmente es un
espectáculo alucinante. Debes frotarte los ojos con firmeza para cerciorarte de
que eso esté ocurriendo, ciertamente, delante de ti. Pero es así.
Todo es real, sin la menor duda. ¡Está ocurriendo!
En días de lluvia
el espectáculo es aún más extraordinario, porque al murmullo del arroyo que
corre veloz hacia la playa de la explanada se le suma la dulce armonía del
tintineo de los cristales que van rodando entre sus aguas.
Al tenerlos a tus
pies, verlos brillar en silenciosa perfección, literalmente enloqueces de
alegría. No puedes soportar la tentación de hincarte para tomarlos entre las
manos y después de examinarlos volverlos a depositar en la tierra donde la
sublime naturaleza los sembró.
No te cansas de
admirarlos una y otra vez y de preguntarte el porqué están allí. ¿Cómo es el proceso?...
¿De dónde vienen realmente los cristales? ¿A qué prodigioso fenómeno se debe?
¿Es algo divino? ¿Qué significado tienen? ¿Encierran algún mensaje celestial?
Todas esas y muchas otras preguntas se las hicieron mentalmente y las seguirán
haciendo todo el que pise esa sagrada tierra. Desde los primeros pemones que
remontaron su cima hasta los viajeros y excursionistas que algún día visitarán
esa morada de ensueño y misterios.
Sobre el
“misterio” de los cristales, una leyenda pemón relata que en noches de
plenilunio, mientras la naturaleza y los hijos que la vida había sembrado sobre
sus montes y llanuras dormían plácidamente, de las entrañas profundas de
la montaña brotaban lágrimas de dolor por los pecados y maldad del hombre.
Decían que primero se escuchaba el eco de un tenue suspiro y después, poco
después, de una grieta de agua viva comenzaban a brotar lágrimas en forma de
cuarzo transparente, tan finamente esculpidos, que sólo la mano de Dios los
pudo cincelar.
Diego Fortunato alza en alto dos pequeñas rocas repletas de cristales de cuarzo. Pese a su reducido tamaño son muy pesadas. La playa blanca a su espalda está repleta de cuarzos ya desgajados de la roca.(Foto Hernando Ochoa).
Esta es una roca llena de cristales de cuarzo puntiagudos.
Están adheridos con fuerza y son muy difíciles de despegar.
(Foto Hernando Ochoa).
Arturo Ochoa examina con meticulosa curiosidad uno de los cientos de miles de cristales de cuarzo que hay en El valle. A la izquierda de Arturo se ve la boca del arroyo que "escupe" cristales. (Foto Hernando Ochoa).
Más cristales, miles de ellos inundan la pequeña playa que se formó al borde del arroyo que nace en las profundas entrañas del tepuy. (Foto Hernando Ochoa).
Así son los cuarzos
del Valle de los
Cristales. Son muy característicos. En su tamaños o volumen (la mitad de un
dedo pulgar -tanto en grueso como en ancho- de un hombre de contextura normal)
son casi todos muy similares y no se parecen a ningún otro cuarzo que yo, al
menos, haya visto. Entre la punta (muy bien pulida y definida) y la “cola”, en
su cuerpo, el cuarzo es de aspecto lechoso áspero. Su cola o apéndice, como
dije antes, parece la raíz de un diente de leche humano. Aquí una foto que le
tomé, in situ, sobre mi
muslo. El fondo corresponde a mi pantalón de camuflaje. (Foto Diego Fortunato).
Tony da gracias al Altísimo en el lecho del arroyo de los cristales.
En sus manos ase dos pesadas piedras llenas de cuarzo. Su posición
rememora las viejas tradiciones y ofrendas pemonas, muy parecida
a la de los aztecas y mayas .
En sus manos ase dos pesadas piedras llenas de cuarzo. Su posición
rememora las viejas tradiciones y ofrendas pemonas, muy parecida
a la de los aztecas y mayas .
(Foto Diego Fortunato).
Este es el arroyo por el que brotan millones de cristales de cuarzo.
En enero, por ser verano en la Gran Sabana, estaba seco. En época
de lluvias, de agosto a noviembre, cuando el invierno azota
la sabana y la cima del Roraima,el espectáculo
es fascinante. (Foto Diego Fortunato).
de lluvias, de agosto a noviembre, cuando el invierno azota
la sabana y la cima del Roraima,el espectáculo
es fascinante. (Foto Diego Fortunato).
Diego Fortunato imitando a
Tony en su posición. También le dio gracias al Creador, aunque no resistió
mucho en esa postura porque las piedras
eran muy pesadas. (Foto Hernando Ochoa).
HACIA LOS
JACUZZIS
Dirán que soy un desvariado
soñador, pero la verdad es que caminar hacia los jacuzzis es una experiencia casi paranormal además de romántica…
¡Lástima que no tenía a mi novia conmigo!
Después de estar maravillándonos con los
cuarzos en el Valle de los cristales, nos fuimos directamente a los jacuzzis, pozos de aguas cristalinas que
brotan desde el alma del Roraima. Están cerca del Valle y se camina sobre una hermosa playa de arena color rosado que
se abre a los pies del viajero como una gran alfombra llena de sueños y
romanticismo. Los que la transitaron antes que nosotros dejaron escritas en sus
arenas cantos a la vida, al amor y dibujos llenos de símbolos celestiales. Hicimos
lo mismo con nuestros bastones de trekking.
Es tan sublime el sendero y se
trasluce de tal forma cuando el sol no opaca su encanto, que parece estar
viviendo una experiencia celestial al caminar sobre su arena rosada salpicada
de cristales cuarzo posados por las aguas al desdén… Uno aquí y otro allá. Están tan armónicamente
dispuestos, que parece obra de un gran arquitecto… ¡Quién más, si no Dios, podría
ser el artífice!
Aunque nos venían pisando los talones un grupo de brasileros
(cuatro hombres y una mujer) fuimos los primeros en llegar a los jacuzzis. Aquí, posando para la
cámara de Arturo. (Foto Arturo Ochoa).
Mientras los brasileros (en el fondo) lo pensaban, nosotros comenzamos rápidamente el proceso de desvestirnos para meternos en las gélidas aguas... ¡2ºC! (Foto Arturo Ochoa).
Diego Fortunato parece decir ¡aquí voy! Dos de los brasileros ya estaban en el agua. El que está cerca de las rocas, con grandes tatuajes en espalda y hombros (también tenía en una de sus piernas) era un brasilero de descendencia japonesa. Sus rasgos así lo delataban. Quizás pariente de uno de sus ancestros, de los que hicieron grandes astilleros en Brasil en la década de los cincuenta y por ende impulsaron su desarrollo económico. (Sugerencia: estudiar Historia). (Foto Hernando Ochoa).
Luis Silva, a quien se le ocurrió la idea de enjabonarse, pero apenas lo hizo a medias por el frío, Diego Fortunato, más blanco que la nieve, y Anderson Castro,con la cara enjabonada disfrutando del momento, único en la vida. Porque eso de caminar tres días, subir una montaña de más de 2.700 msnm llena de abismos para meterse un baño en aguas congeladas, sólo se hace una vez, o quizás dos, durante toda nuestra existencia. Por cierto, para los que no lo saben, el fondo de los pozos está lleno de cristales de cuarzo y, al pisarlos, no lastiman. Parece arena... ¡Algo milagroso! Los cuarzos "viajan", en época de lluvia, desde El Valle de los cristales hasta los jacuzzis. (Foto Hernando Ochoa).

Aquí sólo se
percibe el suspiro de Dios y el ruido del alma. Todo es paz y silencio
celestial. En la foto la pequeña laguna que está cerca del hotel El Indio, donde estábamos
acampados, y de donde sacábamos el agua para cocinar y beber. La imagen fue
tomada de tarde, cuando íbamos de regreso a nuestra morada milenaria. Se
aprecia sombría y misteriosa porque la tarde descorría lentamente su manto y la
neblina, escurridiza, se aprestaba a acariciar sus aguas de vida. Todo en
perfecta armonía divina. (Fotocelular congelado Diego Fortunato).
Cuando regresábamos del Carro Maverick salí del sendero dibujado en
las rocas para capturar de cerca esta imagen de un hongo antidiluviano
petrificado. (Para los que no lo saben, debido al roce de las botas de los
excursionistas que transitan sobre las grandes rocas negras se va trazando una
línea blanquecina que le devuelve el color arenisco natural de su formación y
señala el camino a seguir.Nunca salgan de esa vía porque podrían correr el
peligro de perderse o desorientarse). (Fotocelular Diego
Fortunato)
Un bosque de Bonnieta
roraime, planta endémica del Roraima. La Bonnetia es
un género botánico perteneciente a la familia Bonnetiaceae.
Contiene 53 especies.
(Fotocelular congelado Diego Fortunato).
(Fotocelular congelado Diego Fortunato).
Plantas endémicas del Roraima.(Fotocelular congelado Diego Fortunato).
(Fotocelular congelado Diego Fortunato).
LA VENTANA Y LOS ABISMOS
Aunque en la cima del Roraima hay abismos por
todas “las fronteras” de sus aproximadamente 34.38 kilómetros cuadrados de
superficie, los que están más de cerca de los hoteles principales, y por ende los más visitados, son La ventana y el llamado Abismo.
Unas veces, cuando el
clima lo permite, desde allí se puede ver el vacío en todas su magnífica, espeluznante
y, por supuesto, espléndida profundidad. Cuando está nublado, es aún más impresionante
porque no ves el final, pero tus instintos te alertan que si das un paso más
hacia afuera o si pisas en falso alguna roca, volarás más rápido que un
parapente y vualá, la foto quedará para
el recuerdo de los dolientes.
Después de tomar algunas gráficas envueltos
en un mar de nubes en los abismos, iniciamos el regreso a nuestro hotel. Nos habíamos propuesto acostarnos
después de la cena y, al día siguiente, muy temprano, iniciar el descenso.

El pensador de la sabana. Aquí vemos a Anderson Castro en profunda meditación sentado al borde de un precipicio de más de 2.700 metros de altitud. Fue captada en nuestro último día sobre la cima del Roraima. Tres expedicionarios fueron a tomar fotos mientras los demás recogíamos el cargamento. (Foto Hernando Ochoa).
¿Rindiéndole respeto a Makunaima, el dios creador de la Gran Sabana según la tradición pemón? No lo sé. Únicamente lo sabe él, Tony Rodríguez, nuestro guía. (Foto Hernando Ochoa).
Diego Fortunato al borde de otro de los precipicios. La fotos fueron captadas el día anterior, cuando las nubes teñían de gris y de enigmas el abismo. (Fotocelular congelado Tony Rodríguez).
Hernando parece estar volando hacia uno de los abismos. El efecto es aún más alucinante en época de lluvias porque debajo de la roca se forma un gran pozo de agua, dando una sensación de vacío espeluznante. (Foto Arturo Ochoa).
Los misterios de la naturaleza sobrepasan cualquier ley de la física. Muchos se preguntarán cómo se sostiene y se ha sostenido a través de millones de años La gran tortuga. Muchos dirán, como Arquímedes, dádme un punto de apoyo y os moveré el mundo. Aunque este no es el caso vale recordarlo por El equilibrio de las cosas perfectas, un ensayo que escribí en mis tiempo mozos. (Foto Hernando Ochoa).
QUINTO Y SEXTO DÍA
Diego, no voy a
hacer arepas sino bollitos para salir temprano, me informó Tony
esa mañana al despertar. Como
hay buen sol, los demás fueron a tomar fotos, agregó. Yo le dije que estaba
bien. Abajo, en el primer piso, Yeraldynne acomodaba sus cosas en el morral. Alexander vigilaba la olla con agua hirviente. De todas formas salimos tarde. (Foto
Hernando Ochoa –antes de salir-).
Aunque despertamos temprano no comenzamos
el descenso sino después de las nueve de la mañana, casi a las diez, podría
decirse a fin de simplificar el horario.
La idea era apurar un poco el paso y de una sola caminata llegar al Campamento Ték, donde pasaríamos la noche para, la mañana siguiente, seguir hacia el Paraitepuy de Roraima y de esa forma concluir, donde la iniciamos, nuestra expedición.
La idea era apurar un poco el paso y de una sola caminata llegar al Campamento Ték, donde pasaríamos la noche para, la mañana siguiente, seguir hacia el Paraitepuy de Roraima y de esa forma concluir, donde la iniciamos, nuestra expedición.
La
obvia intención era evitar pernoctar en el Campamento Base para ahorrarnos un
día de camino. Muchos excursionistas lo hacen. Sobre todo los más jóvenes. Esta
última acotación me hizo recordar una sana sugerencia de Juan Pablo Pérez, un
porteador pemón que reside en Santa Elena de Uairén. Lo conocí mientras subía (sólo)
por La rampa y nos pusimos a conversar.
Durante nuestra corta charla me dijo, entre otras cosas, que a las personas
mayores de cincuenta años que van hacia el Roraima él les recomienda contratar un
porteador personal. De esa forma irían más cómodos y se evitarían cualquier problema
físico. Me pareció una excelente sugerencia. No sé si lo dijo por mí, al percatarse
de mis arrugas, pero le aplaudo la iniciativa ya que es muy sana. Además, proporciona
trabajo a los rudos porteadores que se ganan el sustento diario trasladando esa
pesada y monótona carga sobre su espalda. Por cierto, y por poco se me olvidaba
mencionarlo, me dijo que mi nombre le sonaba, que me conocía, por el blog www.gransabanyroraima.blogspot.com
Eso me satisfizo enormemente. Espero que mi petoi Ovelio, el dueño de Arapena Tours, también se sienta
orgulloso. Para los que no lo saben, petoi
significa amigo en dialecto pemón.
Bueno, como estaba diciendo, la intención de
regresar sin hacer “escala” en el Campamento Base, me pareció excelente. Creo
que a nadie, si no es por imperiosa necesidad, le gusta acampar allí dos veces.
Menos después del frío que pasamos la primera y única noche que nos quedamos en
sus predios. “Refrigeración” la cual se repitió con mayor intensidad en la cima.
Sin muchos preámbulos se decidió dejar atrás ese "frío recuerdo" y todos, en
forma unánime, consentimos. Sólo nos quedaríamos en la Base media hora, a lo sumo, para comer
algo y luego seguir.
Un pequeño descanso en la Base para tomar un bocadillo. Consistió en una suculenta ensalada con picadillos de sardines (sardinas, traducido del francés al español). Al terminar todos recogieron su mochila y enfilaron hacia el Ték. Como fui en último en llegar a la Base no pude descansar nada. (Fotocelular Tony Rodríguez).
Esa
era, en intención, la teoría del regreso. Fue así, pero con ciertas modificaciones
ya que nos separamos, disgregamos el grupo. Es lo peor que le puede suceder a
cualquier excursión: ¡Separarse! No estar junto. Aunque no sea en forma
compacta, siempre se debe marchar en pareja. Valga el consejo para los nuevos viandantes. No fue nuestro caso. Tres tomaron la vanguardia en
infantil carrera. Dos se quedaron en el “centro”. Uno a la “deriva”, o sea yo,
y otros dos a la retaguardia, nuestro guía y el porteador. Al hacerlo, “la mano
salvadora” que podría ayudarte para evitar cualquier percance ya no estará allí.
Gracias a Dios no sucedió nada, pese a que tuvimos que pasar de noche los ríos
Kukenán y Ték, aunque nuestro guía, en primera instancia, y previendo el peligro,
había decidido que los cinco restantes de los ocho de la expedición acampáramos
esa noche en el Kukenán y temprano en la mañana nos reuniríamos con nuestros
amigos en el Ték. Al final nos aventuramos a pasar los ríos. La noche estaba clara y
todos teníamos linternas. Los primeros en hacerlo fueron Yeraldynne y su
hermano Luis guiados por Tony. Luego yo, también de la mano de Tony, quien regresó por mí y, atrás,
con la pesada carga venía Alexander. Fue rápido y seguro. Pronto nos reunimos con
los demás, quienes estaban cansados y hambrientos después de la irreflexiva
carrera. Si no hubiésemos decido pasar a la otra orilla se habrían quedado sin cenar debido a que las provisiones
estaban en la carga que transportaba Alexander y en el Campamento Ték, a esa
hora, ya todos dormían.
Gracias a cielo no hubo incidentes que
lamentar y el final fue feliz, aunque algunos resultaron con los pies
hinchados. ¡Menos mal que la hinchazón les comenzó el último día! De otra forma se
las hubiesen visto negras.
Como el regreso se hace por el mismo sitio,
sería del todo inútil y sin sentido repetir reseña y secuencias fotográficas.
No obstante, publicaremos otras imágenes. Unas de algunos sitios de interés.
Otras de vegetación y plantas y la Secuencia divina captada por la extraordinaria pericia fotográfica
de Hernando Ochoa… Ah, una cosa más. Esto no termina hoy, ni aquí. Viene más…
¡Viene el “abordaje” al misterioso Kukenán (Matawi tepuy), llamado por los pemones
el tepuy de los muertos!… Será la
próxima expedición… ¡Espérela!
SECUENCIA DIVINA
No pienso, dar detalles. Las fotos hablan por sí solas, porque como acertadamente se dice en el argot periodístico, una foto vale por mil palabras. ¿No lo
creen?... ¡Vean!
La secuencia captada por el disciplinado ojo de Hernando Ochoa lo dice todo. Las gráficas también fueron publicadas en Panoramio/Google Maps
bajo el nombre de hernado8a, su autor. No le haremos leyendas a las
imágenes. Sólo insertaremos el mismo título que el inspirado fotógrafo y expedicionario
les puso. Véanlas, sólo véanlas y deléitense.
Vista de la sabana desde el Roraima. (Foto Hernando Ochoa).
Acantilados del tepuy Roraima. (Foto Hernando Ochoa).
Amaneciendo en el Roraima. (Foto Hernando Ochoa).
Los hermanos tepuyes Roraima y Kukenán. (Foto Hernando Ochoa).
Un laberinto de rocas único. (Foto Hernando Ochoa).
Pozo con fondo de cristales de cuarzo. (Foto Hernando Ochoa).
Nuestra madre Roraima, un lugar de ensueño. (Foto Hernando Ochoa).
Una lágrima en la noche. (Foto Hernando Ochoa).
Siento paz. (Foto Hernando Ochoa).
LA SIESTA
Excelente experiencia, muy buena cronología señor Diego.... Mejor imposible!
ResponderEliminarExcelente !!! Leyendo viaje con ustedes.
ResponderEliminarGracias por compartir su experiencia!
ResponderEliminarDe nada, amigo Caro!. Espero se anime a subir al Roraima, La morada de Dios. La mejor época es de noviembre a febrero. En estos momentos es el invierno de la Gran Sabana (De julio a septiembre) y hay muchas lluvias, por lo que es un poco problemático subir porque los ríos Tëk y Kukenán, a los que hay que sobrepasar brincando sobre piedras guiados por una cuerda de seguridad, están crecidos. Saludos.
Eliminarsaludos amigo tremenda historia felicidades, quisiera preguntarte si aun tienes contacto con el guia!! quisiera hacer exactamente ese mismo viaje, me parecio genial la historia, aca te dejo mi correo! saludos. albertowilliam719@gmail.com
ResponderEliminarMuy bueno la Historia de una experiencia única vivida en el Roraima
ResponderEliminarGracias, amigo Jhoan. Además de una gran aventura es entrar en la morada de Dios... ¡saludos!
ResponderEliminarHolaaa Diego, waaao que experiencia que paz y armonia debe sentirse en todos esos hermosos lados tocados por el creador, nosotros quisieramos unirnos a ustedes en una expedición. como hacemos. somo johana y alexis esposos y aventureros, amantes de la naturaleza y exploradores. jchinchillla@gmail.com - onerom.note@gmail.com
ResponderEliminar